Parábolas de Jesús: Introducción
mayo 14, 2013
Enviado por Peter Amsterdam
Parábolas de Jesús: Introducción
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Jesús fue un maestro increíble. Sus palabras, respaldadas por Sus actos, transformaron incontables vidas durante Su ministerio en la Tierra, y han continuado haciéndolo a lo largo de dos milenios. Sus enseñanzas y Su vida han tenido un impacto sin paralelo en la humanidad. Miles de millones de personas han adecuado su vida y sus creencias a las palabras que Él pronunció hace más de 2.000 años. Esas palabras y enseñanzas, registradas en los Evangelios, cambiaron radicalmente el concepto que tenía la humanidad de Dios y de nuestra relación con Él. Cautivaron a la gente de aquella época y hoy en día siguen fascinando a los creyentes y a los que buscan respuestas a sus interrogantes.
La vida, ministerio, muerte y resurrección de Cristo son el fundamento del cristianismo y su doctrina, su teología. Sin embargo, Él no enseñó teología como se enseña en la actualidad. Enseñaba como un dramaturgo o un poeta. Empleaba metáforas[1], símiles[2], parábolas, exageraciones y elementos dramáticos[3].
Uno de los métodos que empleaba con más frecuencia para transmitir Su mensaje era contar parábolas. De hecho, un tercio de las palabras de Jesús que figuran en los Evangelios sinópticos —es decir, Mateo, Marcos y Lucas— son parábolas[4]. Resultaban particularmente efectivas porque eran narraciones que atraían a la gente y captaban su atención. A veces eran chocantes, o cuestionaban las normas culturales y religiosas de la época. A menudo los oyentes se sorprendían cuando la trama tomaba un rumbo imprevisto y conducía a un desenlace que nadie se había imaginado.
Fue mediante esos relatos, esas parábolas, como Jesús dio a conocer el reino de Dios, puso de manifiesto Su personalidad, reveló Su forma de ser y expresó las expectativas que tiene con relación a la humanidad[5].
Aunque las parábolas que contó Jesús siguen hablándonos hoy en día, parte de su sentido original y de los elementos sorpresivos que contenían se ha perdido, porque los oyentes de la actualidad no viven en la Palestina del siglo I.
En palabras de un autor:
«La primera vez que uno lee las parábolas, es fácil desestimarlas y considerarlas narraciones muy simples. Hablan de invitaciones a banquetes, de pescadores que echan las redes, de mujeres que hacen pan, de adolescentes que se van de su casa y de empleados que tienen conflictos con sus jefes. Como son situaciones que todos conocemos por experiencia, las parábolas nos parecen más accesibles de lo que realmente son. No obstante, las primeras personas que oyeron las parábolas se dieron cuenta enseguida de que ocultaban dimensiones insospechadas tras su modesta apariencia. No son simples ejemplos que ilustran la realidad, sino que contienen mensajes sorprendentes. Al analizarlas en profundidad, descubrimos que son de los pasajes más desconcertantes y enigmáticos de las Escrituras»[6].
Jesús fue un judío del siglo I, que se dirigió a otros judíos del siglo I. Empleaba el lenguaje corriente de la época. Usaba palabras, frases y expresiones que sus contemporáneos judíos entendían bien. Cuando habló de un samaritano, sabía que los judíos que lo escuchaban despreciaban a los samaritanos. Cuando contó una parábola en casa de Simón el fariseo, había en el comedor una mujer pecadora que Simón nunca habría invitado a su casa. Jesús sabía exactamente —al igual que todos los demás presentes— por qué se le había permitido a esa mujer estar allí. Cuando hablaba del trigo y de la cizaña, de la levadura, de mayordomos y señores, todo su público comprendía a qué se refería, porque esas cosas formaban parte de la vida y el lenguaje cotidianos de los judíos del siglo I.
Si eres inglés, australiano o indio y sabes de críquet, entiendes lo que es un boleador, un silly mid-on, un doosra o un bouncer. Si eres de EE.UU. y el juego que te gusta es el béisbol, sabes lo que son una curva, un slider, una doble matanza, un shortstop o una mascota. Lo sabes porque todo eso forma parte de tu cultura. Si alguien empleara una de esas palabras al contarte una anécdota o se refiriera a algún aspecto del juego en el curso de una conversación, tú lo entenderías, mientras que una persona que no conoce esos deportes se perdería algunos detalles o matices.
De modo similar, los habitantes de Palestina en el siglo I entendían la terminología que empleaba Jesús de una manera más completa o cabal que nosotros, que estamos viviendo 2.000 años después. Al leer las parábolas de Jesús, viene bien conocer el contexto en el que hablaba y lo que debieron de entender los que lo escucharon.
Eso es especialmente beneficioso si se tiene en cuenta toda la información que las parábolas no dan. Las parábolas son breves. No usan sino un mínimo de palabras, y por lo general no incluyen detalles no esenciales. Cuando se describe a una persona, no se dice casi nada de su apariencia, de sus relaciones ni de su vida; solo se nos cuenta lo básico. Con la excepción de Lázaro y Abraham en Lucas 16:19–31, no se dan nombres, así que los personajes son anónimos. Hay actos que se omiten o se comprimen, y elementos del relato que el lector debe rellenar[7].
Las parábolas son intrínsecamente sencillas. Nunca hay más de dos personas o grupos en la misma escena. En Lucas 15, si bien el padre tiene dos hijos, no interactúa con ambos al mismo tiempo, sino con uno o con el otro. Cuando se menciona a un grupo numeroso, como en la parábola del gran banquete[8], en la que muchas personas son invitadas a una cena, el relato se centra únicamente en tres de los convidados[9].
Las parábolas de Jesús reflejan la vida de gente corriente: campesinos, pastores, mujeres, padres e hijos, señores y siervos. Son relatos ficticios pero verosímiles sobre la vida cotidiana en tiempos de Cristo. Sin embargo, no necesariamente describen los hechos con exactitud. Algunos son realistas, otros no. Un ejemplo de descripción poco realista es el caso del hombre que debía 10.000 talentos, que serían equivalentes a más de 200 toneladas de oro o plata. Esa parábola contiene una exageración deliberada, lo que comúnmente se conoce como una hipérbole, que es por definición una exageración a fin de conseguir una mayor expresividad. En este caso sirve para poner de relieve la magnitud del perdón de Dios[10]. En los textos y dichos judíos era corriente emplear exageraciones al presentar un argumento.
¿Por qué enseñaba Jesús con parábolas? ¿Cuál es el valor de una parábola? Bueno, a todo el mundo le gusta que le cuenten una historia. Jesús lo hacía para atraer a la gente y llevarla a reflexionar sobre los temas que abordaban las parábolas. Con frecuencia, las situaciones que Él describía con Sus palabras obligaban a los oyentes a evaluar moralmente el comportamiento de los personajes del relato y, seguidamente, a juzgar de forma similar aspectos de su propia vida o de su fe.
Algunas parábolas comienzan por una pregunta, como: «¿Quién de ustedes…?», o: «¿Qué piensan de…?» Otras plantean preguntas al final. Tales preguntas tienen por objeto hacer reflexionar, provocar cambios en el corazón y en la vida de los oyentes. Ciertas parábolas carecen de conclusión o desenlace; tienen un final abierto[11]. Por ejemplo, no se nos cuenta la decisión del hermano mayor al final de la parábola del hijo pródigo[12].
Las parábolas suelen presentar lo opuesto de lo que cabría esperar. El odiado recaudador de impuestos es considerado justo en vez del fariseo; el samaritano es el auténtico prójimo en vez del sacerdote o el levita. Esas conclusiones constituyen inversiones de la norma. Llevan a los oyentes a enfocar las situaciones desde otra óptica, a reflexionar y a cuestionar sus propias opiniones. Invitan a cambiar.
Normalmente el mensaje principal se da al final; viene a ser algo así como el remate de un chiste. El relato despierta interés, resulta atractivo, y al final se presenta el mensaje.
Si bien a los que oían las parábolas en el siglo I les resultaba familiar el lenguaje, la cultura, las costumbres, los modismos y las expresiones idiomáticas, no es que siempre comprendieran el mensaje de las parábolas. A veces hasta los discípulos de Jesús tenían que preguntarle qué significaban. El mensaje espiritual de las parábolas no siempre era evidente, y eso hacía que la gente meditara sobre su significado.
Muchas parábolas, al igual que otros dichos de Jesús, están en un estilo poético, conforme a un género hebreo de poesía llamado paralelismo, o disposición de los pensamientos en versos. A lo largo de la historia del pueblo hebreo, las Escrituras y enseñanzas del judaísmo se transmitieron verbalmente de generación en generación. Para facilitar la memorización de las mismas, una gran parte se expresó poéticamente. Por ese mismo motivo, con frecuencia las enseñanzas y parábolas de Jesús estaban en un estilo poético similar.
En el Evangelio de Juan no hay parábolas. En Mateo, Marcos y Lucas hay entre 37 y 65, según el criterio que se siga para categorizarlas. Los estudiosos no se rigen todos por la misma definición, por lo que existen distintas clasificaciones.
El Evangelio de Marcos es el que contiene menos parábolas, unas seis. Los de Mateo y Lucas incluyen la mayoría de las parábolas de Marcos y además tienen algunas en común. Mateo cuenta doce parábolas únicas; Lucas, dieciocho. Tanto Mateo como Lucas agrupan temáticamente sus parábolas.
Jesús no fue el primer ni el único maestro que empleó parábolas. En el Antiguo Testamento y en otros textos judíos anteriores al siglo I hay algunas parábolas y escritos parecidos; pero son pocas las que se asemejan a las parábolas narrativas de Jesús[13]. En los antiguos textos grecorromanos se encuentran algunas parábolas, cuasiparábolas y analogías. Por otra parte, estas presentan marcadas diferencias con las de Jesús, aunque usen esquemas similares.
Los autores de las Epístolas no emplearon parábolas para enseñar. En las Epístolas hay algunas analogías como la de 1 Corintios 9:26,27[14], y Pablo hace una interpretación alegórica de la historia de Sara y Agar[15]; pero no hay nada similar a las parábolas de Jesús[16].
En textos judíos posteriores, de los siglos II a VII, hay muchas parábolas. Las parábolas rabínicas de ese período son similares a las de Jesús. Muchos eruditos se imaginan que Jesús tomó Sus parábolas de las rabínicas, aunque no ha sido posible determinar con seguridad que esas parábolas rabínicas fueran anteriores al ministerio de Jesús.
Así que, aunque Jesús no inventó las parábolas, en toda la Historia nadie las ha empleado tan ingeniosa y efectivamente como Él.
Las parábolas de Jesús son dignas de estudio. Por medio de ellas, Jesús transmitió Su mensaje acerca de Dios, de nuestra relación con Él y con el prójimo, y de la vida y cómo debe vivirse. La lectura de las parábolas con un mayor conocimiento de la situación en el siglo I aclara más Su mensaje. Permite entender por qué Él se enfrentó a tanta oposición y por qué Sus enemigos religiosos lo querían muerto. También explica por qué había tantos que lo amaban y lo seguían.
Los mensajes que transmitió Jesús mediante Sus parábolas ofendieron a Sus adversarios religiosos e incluso hicieron peligrar la posición que ostentaban. Al mismo tiempo, atrajeron a los perdidos, a los que estaban buscando. Las parábolas ponen de relieve el amor y la misericordia de Dios, cómo llama al corazón de cada hombre, mujer y niño, y lo dispuesto que estuvo a conducir a la humanidad a la redención a costa de un gran sacrificio. Esas maravillosas verdades llevaron a muchos a amar a Jesús, a convertirse en seguidores y discípulos Suyos, e incluso a morir por Su nombre. Y hoy en día Sus palabras producen el mismo resultado.
Las parábolas de Jesús estimulan a los oyentes; y al estudiarlas, nos convertimos en esos oyentes. No son simples relatos que uno disfrute; representan la mismísima voz de Jesús dándonos Su mensaje. Son breves narraciones con un profundo propósito: acercarnos a Dios, a una vida que sea conforme a Su verdad. Si escuchamos atentamente lo que Jesús dice en Sus parábolas, tendremos que responder las mismas preguntas que los oyentes originales. Nuestra vida se iluminará cuando nos demos cuenta de que nos parecemos al hermano mayor, o al rico insensato que acaparaba riquezas, o al sacerdote y al levita en vez de al buen samaritano.
Como en todo estudio de la Palabra de Dios, a medida que leemos y analizamos las parábolas será beneficioso que nos tomemos tiempo para reflexionar sobre los mensajes que dan, que permitamos que esas verdades espirituales nos hablen. Su propósito es cambiar nuestro corazón, nuestra vida, nuestra actitud, nuestras opiniones y nuestra conducta.
Las parábolas también muestran de una forma bellísima las distintas maneras en que Jesús comunicó lo profundo que es el amor de Dios por la humanidad y todo lo que Él está dispuesto a hacer para expresárnoslo, así como la alegría que siente cuando una persona decide relacionarse con Él. Veremos cómo describe Jesús al Padre, y de qué forma esas descripciones condujeron a un nuevo concepto de Dios.
En esta serie sobre los relatos que contó Jesús —las parábolas— espero presentarles lo que he aprendido de diversos escritores y maestros cuyas aportaciones permiten al lector del siglo XXI entender mejor las parábolas del siglo I.
Para la preparación de cada segmento comparé lo que han escrito catorce autores de renombre, cada uno de los cuales remite a cientos de otros escritores y eruditos. A veces discrepan entre sí, o interpretan de forma distinta algunas parábolas. Yo no analizo las diferentes opiniones ni ahondo en los pormenores, pues eso le conferiría a esta serie un carácter excesivamente académico. En esta introducción he presentado algunos datos a modo —por así decirlo— de telón de fondo de nuestro estudio de las parábolas, el cual iniciaremos en el siguiente segmento.
Siempre hay cierta medida de especulación cuando uno retrocede en el tiempo y trata de reconstruir la cultura, las experiencias y el modo de pensar de personas que vivieron hace 2.000 años. Para comprender bien las parábolas de Jesús, a veces resulta necesario hacer deducciones a partir de lo que dice el texto, o aventurar posibles explicaciones que no figuran explícitamente en los Evangelios. Considerando que las parábolas son breves y que evitan dar datos que no sean esenciales, el hacer algunas suposiciones puede resultar útil para entender mejor el contexto del siglo I. Toda conjetura que presento en esta serie ha sido cuidadosamente analizada, tras leer y comparar lo que explican los escritores cuyas obras he leído. Presento lo que me parece que es una interpretación acertada del significado y la intención de cada parábola. Tienen perfecto derecho a estar en desacuerdo conmigo, y es posible que en sus estudios e investigaciones encuentren interpretaciones que les parezcan mejores. Mi objetivo no es encerrar a nadie en determinada interpretación o concepción de las parábolas, sino contribuir a ampliar y enriquecer su comprensión del mensaje que Jesús transmitió y explicarles cómo lo entendieron los oyentes originales.
En el texto correspondiente a esta serie de videos hallarán definiciones de algunas palabras que quizá desconozcan, así como notas a pie de página con referencias y datos adicionales.
Ruego que esta serie de videos acreciente su comprensión de las parábolas, fortalezca su fe y los anime a invitar a otras personas a conocer mejor a Jesús y establecer una relación personal con Él, nuestro maravilloso Salvador y bendito Redentor.
Que Dios los bendiga.
Nota
Todos los versículos de la Biblia están tomados de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy. © The Lockman Foundation, 2005. Utilizados con permiso. Derechos reservados.
[1] Aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión; p. ej., el átomo es un sistema solar en miniatura (Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española).
[2] Figura retórica consistente en establecer una semejanza entre dos términos mediante vínculos gramaticales expresos: La expresión «manos blancas cual la nieve» es un símil; comparación (Diccionario Clave, Grupo SM).
[3] Bailey, Kenneth E.: Jesus Through Middle Eastern Eyes, InterVarsity Press, Downers Grove, 2008, p. 21.
[4] Los tres primeros evangelios: Marcos, Mateo y Lucas, reciben el nombre de sinópticos porque presentan numerosas semejanzas y si se leen en forma paralela, en columnas o sinopsis, se puede tener una visión de conjunto o simultánea de los tres (Curso de Pastoral Bíblica, Hermandad de Emaús, http://www.caminoaemaus.com/drupal/node/316).
[5] Green, Joel B., y McKnight, Scot: Dictionary of Jesus and the Gospels, InterVarsity Press, Downers Grove, 1992, p. 591.
[6] Badenas, Roberto D.: Teaching Through Parables: Following Jesus, documento preparado para el XXXI Seminario Internacional de Fe y Aprendizaje celebrado en la Universidad de Friedensau, en Alemania, del 13 al 25 de julio de 2003.
[7] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent, William B. Eerdmans, Grand Rapids, 2008, p. 17.
[8] Lucas 14:16–24.
[9] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent, William B. Eerdmans, Grand Rapids, 2008, p. 18.
[10] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent, William B. Eerdmans, Grand Rapids, 2008, p. 18.
[11] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent, William B. Eerdmans, Grand Rapids, 2008, pp. 18,19.
[12] Lucas 15:11–32.
[13] Green, Joel B., y McKnight, Scot: Dictionary of Jesus and the Gospels, InterVarsity Press, Downers Grove, 1992, p. 594.
[14] Yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado (1 Corintios 9:26,27).
[15] Gálatas 4:21–31.
[16] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent, William B. Eerdmans, Grand Rapids, 2008, pp. 51,52.
Traducción: Jorge Solá y Antonia López.