Tragedias y transformaciones, 2ª parte

mayo 18, 2013

Enviado por María Fontaine

Donde sea, cuando sea, como sea…

Una de las primeras experiencias que viví en mi viaje a Tijuana, México, fue ir a visitar un refugio para hombres que da alojamiento hasta a ciento cincuenta hombres indigentes cada noche, desde las seis de la tarde hasta las seis de la madrugada siguiente. Es totalmente rústico. A cada hombre se le da un colchón (sin sábanas) y una cobija. Algunos de los residentes más permanentes ya tienen camas fijas. Muchos de esos hombres están rehabilitándose del alcoholismo y la drogadicción, y algunos son miembros de pandillas. Los que se quedan en el refugio tienen que ceñirse a unas reglas muy claras.

El ambiente es positivo y de apoyo. No es un simple albergue para vagabundos, sino un lugar de refugio donde pueden descubrir nueva esperanza y dignidad en medio de las vidas desgarradoras y deshumanizadas en que muchos se han visto atrapados en las calles. A menudo han sido deportados de los EE.UU. y no tienen otro sitio a donde ir.

Por la noche ponen sillas en un salón para que los hombres vean la televisión y se tomen la sopa y el pan que les da la misión. Después de eso, escuchan un mensaje de treinta minutos acerca del amor de Dios y Su salvación, antes de irse a la cama. Luego se quitan las sillas y cada hombre pone su colchón y su cobija en el suelo.

Visitamos el refugio justo la noche que llegué, y tuve oportunidad de ayudar a cortar una gran cantidad de hogazas de pan para los hombres, que tenían mucha hambre. Algunos circulaban por ahí, dando una mano con la preparación del refrigerio o conversando entre ellos, y pude platicar con algunos. Me alegró que algunos de ellos hablaran algo de inglés, ya que habían vivido en los Estados Unidos o en lugares fronterizos.

El administrador del refugio, que fue quien nos llevó esa noche y con quien inmediatamente entablamos una conexión espiritual, nos preguntó si nos animábamos a darles la charla a los hombres. Por lo visto tenía fe en que mi respuesta sería positiva porque, sin esperar a que le respondiera, me impuso las manos e hizo una hermosa oración. Sentí que era Jesús quien me estaba dando esa magnífica oportunidad de expresar Su amor por aquellos hombres. Le pedí al Señor que me trajera a la memoria algo que les hablara al alma, y casi de inmediato tuve claro cuál sería el tema. Me aseguró que en cuanto abriera la boca para hablar, Él la llenaría. Que me daría palabras esperanzadoras y motivadoras.

Aunque conmigo viajaba una intérprete, le pregunté al administrador si no le importaría traducir a él para que los hombres se sintieran más cómodos al tener a alguien a quien ya conocían, y que les diría las cosas de una manera que les resultaría familiar. De ninguna manera me había preparado para dar una charla a sesenta hombres indigentes, pero el Señor me salió al paso y me dio mucha paz. No me puse nerviosa.

Reproduzco un bosquejo de las ideas principales que transmití a esos hombres:

Así es, la vida es dura. Para la mayoría de ustedes es terrible, horrible, un infierno, y a veces pareciera ser una pesadilla interminable. La vida puede estar llena de dificultades, dolor, miedo, muerte, maldad, separación, violencia, indigencia y desesperación. Dios detesta toda esa maldad y se le parte el alma al ver a Sus criaturas, a Sus hijos, pasar por los tormentos de este mundo. Pero Él, desde el inicio, dio a la humanidad el regalo del libre albedrío. Les dio a elegir entre hacer el bien o el mal. Les dio a elegir entre amarlo a Él o no amarlo. Y eligieron su propio camino, prefirieron no amarlo, comenzando con Adán y Eva en el huerto, que permitieron la entrada al mal en el mundo.

Sin embargo, ¡les tengo buenas noticias! Un buen día Dios dirá: «¡Ya basta!» y rescatará a todos los que lo aman y hayan recibido Su regalo de la vida eterna. Enmendará todo lo que está mal. Reinstaurará la justicia. Hará que todo sea justo, que todo sea hermoso. Quienes lo aman podrán vivir junto a Él en Su casa para siempre, y se reunirán con sus familiares y estarán en armonía en el Cielo. Ya nunca más habrá peleas ni muerte, ni guerras ni violencia, ya no habrá más separaciones ni maltratos por parte de los gobiernos de este mundo.

Esta vida, tal como la conocemos, parece tan larga… parece interminable. Pero la realidad de las cosas es que no es más que un instante, un momento, en comparación con la eternidad en la que viviremos en un mundo maravilloso en compañía de nuestro Padre y Su Hijo, Jesús. Así que, aguanten un poco más; sigan perseverando; sigan recordándose a sí mismos las magníficas cosas que les esperan en el Cielo. Eso los ayudará a no darse por vencidos. Pueden cobrar ánimo pensando en lo que Dios hará que suceda y en el hermoso mundo al que los llevará si lo aman y lo han recibido en su corazón.

Hasta entonces, una de las tareas más importantes que tenemos es alentar y ayudar a los demás. Si alguna vez se sienten tentados a creer que son inútiles y que su vida no vale nada, estoy aquí para decirles que pueden hacer uno de los trabajos más importantes del mundo. Si se la pasan esforzándose por levantar a los demás, por darles ánimo, por transmitirles esperanza y animarlos a que acudan a Jesús y Su amor, a los ojos de Dios estarán haciendo algo muy importante y recogerán grandes recompensas en la próxima vida.

A mí no me tocó llevar una vida tan difícil como la de ustedes. En comparación a todo lo que han pasado ustedes (en ese momento me conmoví hasta las lágrimas) he tenido una vida fácil. Pero hay algo que puedo hacer. Dios ha dispuesto las cosas de tal manera que yo pueda ayudar a quienes tienen menos que yo. Los que no están sufriendo en este momento pueden ayudar a los que sufren; los que son más fuertes, en cualquier sentido, pueden ayudar a llevar las cargas de los que están débiles. Y puedo rezar por ustedes, que es un don muy poderoso y efectivo que tengo y que puede fortalecerlos.

Siempre hay alguien que lo tiene peor que uno. No hace falta ser culto y educado ni contar con talentos especiales para levantarle el ánimo a alguien o ayudarlo a salir de su desánimo. Siempre procuro ayudar a la gente de esa manera, y sin embargo no tuve que ir a la universidad para aprender a hacerlo. Simplemente siento el amor de Jesús por las personas y quiero dárselo a conocer. Ustedes, hermanos míos, pueden hacer lo mismo. Pueden escuchar al que tienen a su lado. Pueden demostrar que les interesa. Pueden regalarle una sonrisa, una palmada en la espalda. Pueden decirle: «¡No te rindas, tú puedes lograrlo!» Pueden hacer una pequeña oración por ellos. Pueden invitar a las personas que conocen en las calles a venir al albergue o a la iglesia. Pueden hacer cosas por los demás para ayudarlos. Sus vidas pueden valer la pena y cobrar valor si hacen todo lo que está en sus manos por aliviar las dificultades de las personas con que se encuentran en la vida.

Cuando uno le tiende la mano a las personas que se encuentran en circunstancias críticas y parecen haber perdido toda esperanza de salir adelante en esta vida, es importante asegurarles que sean cuales sean las circunstancias que enfrenten, cuando reciben a Jesús como su Salvador, siempre tendrán esperanza y la promesa de la vida que vendrá. Claro, una vez que alguien recibe a Jesús, su situación en esta vida mejora, quizás no siempre materialmente, pero por lo menos emocional y espiritualmente.

Después, mientras reflexionaba sobre cómo el Señor me había dado ese mensaje para los hombres del albergue ahí mismo, sobre la marcha, Él me recordó que si mantenemos una conexión firme con Él, puede darnos mensajes personalizados para las personas que pone en nuestro camino. De modo que donde sea, cuando sea, y como sea que te indique que lo sigas, puedes contar con que Él obrará por tu intermedio. Puede darte algo directamente de Su corazón para el corazón de los otros si es que lo buscas y estás dispuesto a ser un fiel mensajero de Sus palabras. Puede dártelas de manera espontánea de ser necesario, tal como lo hizo para mí y como lo ha hecho innumerables veces para muchos de ustedes a lo largo de los años.

Para mí esta fue una muy buena experiencia, ya que no es con frecuencia que me veo en situaciones como las que me tocó vivir en este viaje. Una vez más me he vuelto consciente de la fidelidad de Dios y de cómo siempre nos saca adelante.

Cuando llegamos al albergue.

Ayudando a cortar el pan para la comida nocturna de los hombres.

Compartiendo el mensaje con los hombres.

El administrador del albergue me hace de intérprete.


Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.