Virtudes de los seguidores de Cristo: amor
abril 16, 2024
Enviado por Peter Amsterdam
Virtudes de los seguidores de Cristo: amor
[Virtues for Christ-Followers: Love]
En nuestro estudio de la Epístola a los Gálatas, en el capítulo 5, subrayé que Pablo dice a sus lectores que «anden en el Espíritu» y «no satisfagan los deseos de la carne»[1]. A continuación, enumera una serie de vicios y advierte a los gálatas —y a todos los creyentes, como ya ha hecho antes— que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios[2].
Seguidamente, Pablo contrapone a esa lista de vicios una lista de virtudes, en la que expone el fruto del Espíritu que se hará manifiesto en la vida de los creyentes. «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio»[3]. Entendemos, pues, que estas cualidades deben estar presentes en la vida de los creyentes.
Esas cualidades cristianas —o virtudes, como las llamaré en esta serie— son fruto del Espíritu, no producto de la fuerza humana o el carácter humano. En esta serie repasaremos cada una de las nueve virtudes e incluiremos citas y comentarios que espero que les resulten motivadores en su esfuerzo individual por cultivar esas virtudes y volverse más semejantes a Cristo, a fin de que los demás vean resplandecer el Espíritu de Dios a través de nosotros y se sientan atraídos hacia Él. (Si les interesa hacer un estudio más a fondo de cada una de esas virtudes, consulten la serie Más como Jesús.)
Si bien esas virtudes no siguen un orden particular, la primera de la lista es el amor. En 1 Corintios 13 también dice que «el mayor de ellos —refiriéndose a la fe, la esperanza y el amor— es el amor». Jesús dijo: «Este es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos»[4].
El siguiente artículo ilustra el poder del amor de Dios y nuestra gran necesidad de él.
La virtud preeminente
No hay nada como el poder del amor de Dios. Es capaz de sanar corazones quebrantados, curar profundas heridas emocionales y restablecer relaciones fracturadas. En definitiva, el amor todo lo renueva. El apóstol Pablo lo entendió. Escribió: «Si pudiera hablar todos los idiomas del mundo y de los ángeles pero no amara a los demás, yo solo sería un metal ruidoso o un címbalo que resuena»[5]. En otras palabras, sin el amor de Dios, Pablo no era más que una lata vacía. Lo mismo puede decirse de nosotros.
En una escala del uno al diez, el amor de Dios tendría un diez: sobrepasa a todas las demás virtudes en importancia. El amor es paciente y bondadoso, es sufrido y siempre comunica esperanza y aliento. No se desanima jamás. Siempre edifica y se niega a destruir. Nunca tiene prisa. No se impone, no es exigente ni egocéntrico.
El amor espera a que llegue lo mejor de Dios, sin importar el qué o el cuándo. No entra en pánico frente a las dificultades, las derrotas o el temor. No se aferra a soluciones humanas, sino que siempre busca hacer la voluntad divina. El amor es amable, gentil y comprensivo. Actúa conforme a lo que es mejor para los demás, pasa por alto las ofensas y es espléndidamente generoso.
«El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso»[6]. Deja que Dios promueva y exalte. Le atribuye a Él el mérito de todo éxito personal al tiempo que reconoce los aportes de los demás. Siempre celebra las ganancias honradas ajenas, y no presume ni provoca, sino que se inclina con humildad.
El amor no es grosero. Es educado y cortés, incluso con los maleducados, malgeniados e insultantes. El amor verdadero nunca es egoísta, sino que piensa primero en el prójimo. No se irrita a causa del comportamiento de los demás. Se niega a juzgar y le deja eso a Dios. No lleva un registro mental de los agravios. No se deleita en el mal, sino que se regocija con la verdad. Recibe cada día con alegría y una sonrisa. Piensa en lo bueno y es feliz simplemente obedeciendo a Dios.
Pablo termina su descripción puntualizando: «El amor nunca deja de ser»[7]. En efecto, así es el amor de Dios. Eso no solo quiere decir que Su amor jamás se acabará; también significa que, en cualquier situación, la respuesta correcta siempre es amar. Cuando manifestamos el amor de Dios —en particular a los que nos han herido o se han puesto en contra de nosotros—, nos libramos de sentimientos como el rencor, la ira, el rechazo, la hostilidad o la resistencia a perdonar.
Aprender a amar a Dios y al prójimo como Dios te ama te llevará a descubrir rincones de tu corazón que jamás te aventurarías a explorar tú solo. Una cosa es segura: viviendo a la luz de Su amor conocerás las íntimas atenciones de tu amoroso Padre celestial. Charles Stanley, «The Power of God’s Love»
Hay dos facetas del amor a las que hemos sido llamados, como señala Jesús en Mateo 22: el amor a Dios y el amor al prójimo. Por supuesto, están relacionadas, habida cuenta de que nuestro amor al prójimo es una expresión de nuestro amor a Dios y de la presencia de Su Espíritu en nosotros, ya que Dios es amor. «Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios»[8].
A lo largo de la Biblia, el amor de Dios viene descrito como un amor que nos persigue activamente, que procura establecer una relación con nosotros y acercarnos a Él, tal como ilustran las siguientes citas:
El cristianismo no es una simple religión ni un rosario de reglas o rituales. Es una relación, y no una cualquiera, ya que la Biblia la compara con un matrimonio, en el que se supone que hay intimidad, transparencia, comunicación abierta y esperanzas y deseos compartidos. La Biblia enseña: «Tu marido es tu Hacedor (“el Señor de los ejércitos” es Su nombre)»[9], y dice que hemos quedado «unidos a aquel que resucitó de entre los muertos [Jesús], para producir buenos frutos para Dios»[10]. Ronan Keane
Nuestro Dios no está pacientemente a la espera de que le ofrezcamos amor, sino que nos persigue activa y vigorosamente. […] Es el padre que corre por el sendero a abrazar a su hijo pródigo aun antes de que el muchacho pueda realizar su acto de contrición. Es el agricultor insensato que entrega nada menos que un jornal entero a hombres que ni siquiera han trabajado. Es Jesús perdonando a la mujer pecadora aun antes de que esta exprese su pesar. Es el rey que ofrece un banquete espléndido a los mendigos. Son todos símbolos de un Dios cuyo amor por nosotros es tan activo, tan intenso, que si se lo juzgara según criterios humanos se diría que, a lo menos, está loco. Andrew Greeley
El principal rasgo de la personalidad de Jesús es Su amor, y todo el Evangelio está entretejido con amor. A veces no es fácil, y a menudo requiere sacrificios, pero cuando amamos es cuando más nos parecemos a Jesús. Steven Furtick
Cuando reflexionamos sobre cómo modelar nuestra vida de acuerdo con el mandato bíblico de amar al prójimo como a nosotros mismos, a menudo nos viene a la memoria la conocida parábola del Buen Samaritano de Lucas 10. Jesús contó esa parábola en respuesta a la pregunta «¿Quién es mi prójimo?» Las siguientes citas, comenzando con unos extractos de un artículo que escribí sobre la parábola, responden a esta importantísima pregunta:
Cuando el intérprete de la Ley preguntó: «¿Quién es mi prójimo?» quería una respuesta categórica y sin matices. Pero la parábola de Jesús evidenció que es imposible hacer una lista reducida que limite las personas a las que tenemos el deber de amar o que debemos considerar nuestro prójimo. Jesús aclaró que el prójimo son todas las personas necesitadas que Dios pone en nuestro camino.
Mediante esta parábola, Jesús dejó bien claro que nuestro prójimo es cualquiera que tenga alguna necesidad, sea cual sea su raza, religión o categoría social. No hay límites a la hora de determinar a quién debemos manifestar amor y compasión. La compasión va mucho más lejos de lo que requiere la ley; hasta se nos pide que amemos a nuestros enemigos.
Puede que las personas golpeadas por la vida con las que nos encontremos no estén medio muertas físicamente a un costado del camino. Pero son muchos los que necesitan que alguien les manifieste amor y compasión, les tienda una mano o se muestre dispuesto a escuchar sus gritos de auxilio para convencerse de que valen y de que alguien se preocupa de ellos. Si Dios te pone a ti en su camino, es posible que te esté llamando a ser ese alguien.
En esta parábola, Jesús declaró qué espera de nosotros en cuanto a amor y compasión, y Sus palabras de cierre para nosotros, los que la oímos hoy en día, son: «Ve y haz tú lo mismo». Peter Amsterdam, «El buen samaritano»
*
Todos vivimos rodeados todos los días de personas que son nuestro prójimo. Las tenemos delante, detrás, a un lado y al otro. Están donde sea que vayamos. Empaquetan alimentos y asisten a reuniones del ayuntamiento. Sostienen carteles en las esquinas y rastrillan hojas en la casa de al lado. Juegan al fútbol en el instituto y reparten la correspondencia. Son héroes, prostitutas, pastores y pilotos. Viven en la calle y diseñan nuestros puentes. Van a seminarios y están en la cárcel. Nos gobiernan y nos molestan. Están dondequiera que miremos. Es lo único que todos tenemos en común: somos el prójimo de esas personas, y ellas son nuestro prójimo. Ese ha sido el sencillo pero brillante plan maestro de Dios desde el principio. Creó un mundo entero de personas que son prójimo unas de otras. Nosotros lo llamamos Tierra, pero para Dios es un barrio muy grande de prójimos. Bob Goff, «A todos, siempre»
Definimos quién es nuestro prójimo mediante nuestro amor. Convertimos a una persona en nuestro prójimo cuando manifestamos interés en ella. No es que primero definamos como nuestro prójimo a una clase de personas y luego las escojamos solo a ellas como objeto de nuestro amor. Jesús rechaza hábilmente la pregunta «¿Quién es mi prójimo?» y la sustituye por la única pregunta realmente pertinente aquí: «¿A quién trataré como a mi prójimo?» Dallas Willard, «La divina conspiración»
De vez en cuando viene bien hacer balance de cómo nos va en eso de «amar al prójimo como a nosotros mismos» y buscar formas de crecer y mejorar, tal como ilustran los siguientes extractos de dos artículos.
La prerrogativa del amor
El amor siempre perdona, se entrega, jamás abandona.
En todo momento está dispuesto con los brazos abiertos.
Mientras vive es proclive
a dar. Es su prerrogativa:
dar mientras viva. John Oxenham
«Amad a vuestros enemigos —dice Jesús—, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto»[11].
Me dirás que es más fácil decirlo que hacerlo. Ni siquiera estás seguro de que quieras amar a quienes te han agraviado o perjudicado. Al fin y al cabo, no se lo merecen. Preferirías mucho más guardar las distancias con tu jefe gruñón, con ese antiguo amigo que te ofendió o con el colega que habló mal de ti a tus espaldas.
Una de las grandes maravillas del amor de Dios es que posee la virtud de vencer nuestros prejuicios y esas reacciones negativas tan propias de la naturaleza humana. Si bien a Dios no le agradan ciertos actos de algunas personas o su forma de comportarse, no por eso deja de amarlas. ¿No es así como actúa con nosotros? Nunca deja de amarnos a pesar de nuestras faltas e imperfecciones, de lo que hacemos o dejamos de hacer. Nunca nos rechaza ni nos niega Su amor. Nunca nos da por imposibles, por mucho que nos descarriemos.
Esa es la clase de amor que quiere que nosotros manifestemos. Y solo tenemos que pedírselo. «El amor cubrirá multitud de pecados»[12]. Dios te concederá la gracia y el amor para perdonar a los demás en la medida en que se lo pidas. Shannon Shayler
¿Cómo se expresa activamente el amor bíblico?
La Biblia narra de qué manera manifestaba Jesús compasión e interés con Sus palabras y acciones. Él rezaba, recorría largas distancias para consolar y sanar a los enfermos y moribundos, pasaba ratos en silencio con Dios, y con eso y muchas otras cosas nos dio ejemplo de cómo podemos amar activamente. Nunca pidió cumplidos ni elogios por lo que enseñaba y por cómo amaba a los demás. Él nos mandó que nos amáramos los unos a los otros. Cuando nos preocupamos por los demás y los amamos, tenemos oportunidad de acercarlos a Él[13]. […]
Las Escrituras nos dicen cómo podemos ofrecer esperanza a quienes atraviesan momentos difíciles. Una entrañable amiga de mi marido y mía falleció recientemente debido a un coronavirus. Esta querida amiga y su esposo fueron los primeros que nos dieron la bienvenida al barrio. Se presentaron a la puerta de nuestra casa con flores de vivos colores. La visita de esta dulce pareja nos permitió conocerlos y a la vez contarles cosas de nosotros. Se forjó una amistad maravillosa. Nos veíamos casi todos los días, y juntos reíamos y teníamos conversaciones profundas.
Cuando le dieron el diagnóstico a nuestra amiga y la ingresaron en el hospital, el vecindario fue notificado. Inmediatamente la gente empezó a preguntar cómo podía ayudar. Un vecino organizó un tren de comidas. Otros cortaron el pasto, se encargaron de los tachos de basura exteriores y compraron lo que hacía falta en el supermercado. Todas esas personas expresaron amor con sus acciones. […]
En todo momento tenemos la oportunidad de comunicar el amor y la gloria de Cristo. Aunque no estemos físicamente en condiciones de actuar, disponemos de formas de expresar Su amor. Si no se nos ocurre una manera de manifestar amor mediante acciones físicas, podemos rezar. […]
A diario se nos presentan oportunidades de amar activamente. Dios nos muestra maneras de expresar amor, ya sea cuidando a amigos enfermos, ayudando a unos vecinos con los quehaceres domésticos, tomando la mano de alguien que está afligido, o simplemente sentándonos a escuchar.
¿Hay momentos en los que nos cuesta manifestar amor activamente? Sí. Somos humanos y tenemos defectos. Cuando eso sucede, podemos acudir al Padre y pedirle orientación[14]. Melissa Henderson[15]
Reflexiones
«Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y Su amor se ha perfeccionado en nosotros» (1 Juan 4:12).
«Queremos aprender a vivir de tal manera que nuestra sola presencia hable del amor y la gracia perdonadora de Dios.» Richard Foster, «Celebración de la disciplina»
«De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis» (Mateo 25:40).
«Jesús dijo que cuando nos expresanos amor libremente los unos a los otros y satisfacemos las necesidades de los pobres y necesitados, de los que están aislados y sufren, en realidad estamos actuando así con Él.» Bob Goff, «A todos, siempre»
(Continuará)
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Gálatas 5:16.
[2] Gálatas 5:19–21.
[3] Gálatas 5:22,23 (NBLA).
[4] Juan 15:12,13.
[5] 1 Corintios 13:1 (NTV).
[6] 1 Corintios 13:4 (CST).
[7] 1 Corintios 13:7.
[8] 1 Juan 4:7.
[9] Isaías 54:5.
[10] Romanos 76:4 (NBV).
[11] Mateo 5:44–48.
[12] 1 Pedro 4:8.
[13] Juan 13:34,35.
[14] 1 Corintios 16:14.