Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Autoridad, 2ª parte)

enero 15, 2019

Enviado por Peter Amsterdam

Autoridad gubernamental

[Living Christianity: The Ten Commandments (Authority, Part 2). Governmental Authority]

(Partes de este artículo provienen del libro Christian Ethics[1], de Wayne Grudem)

Como vimos en el artículo anterior[2], se ordena a los creyentes que honren a su padre y a su madre. Sea cual sea la edad que tengamos, desde la niñez a la adultez, se nos insta a conceder honor y respeto a nuestros progenitores. El modo en que demostramos ese honor varía a medida que vamos creciendo, pero siempre debe estar presente en su debida expresión.

Además del honor que el quinto mandamiento nos instruye conferir a nuestros padres, el mismo mandamiento se refiere también a otra autoridad que tenemos obligación de honrar y obedecer, la representada por el gobierno civil, conocido también como el Estado.

Con el tiempo el gobierno familiar evolucionó a gobierno estatal. En la parte inicial del Antiguo Testamento, el núcleo familiar era la base de la autoridad, con el marido sobre la esposa y los padres sobre los hijos. En la época de las familias patriarcales extendidas, la estructura de autoridad recaía sobre los varones veteranos o patriarcas. Por ejemplo, Abraham veló por la familia de su sobrino Lot, junto con la suya.

Cuando Jacob —posteriormente llamado Israel— se trasladó con su familia a Egipto, esta se expandió y prosperó. A la postre llegó a ser demasiado numerosa para sujetarse a un solo patriarca. En esa época los descendientes de los hijos de Jacob se convirtieron en jefes de clanes[3]. Después que Dios liberó a los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, Moisés, siguiendo el consejo de su suegro Jetro, instaló jueces sobre «mil», «cien», «cincuenta» y «diez». Como dirigente de toda la nación, Moisés nombró a otros para ayudar a resolver conflictos y emitir juicios en distintos niveles. Si bien aquel no era un gobierno oficial, sí era una forma de gobierno, una estructura para resolver conflictos que surgían entre el pueblo.

Mucho antes en la Escritura encontramos ya cierta base de gobierno civil, por lo menos en el sentido de ejecutar sentencia por el nefando crimen de asesinato. Cuando Noé y su familia desembarcaron del Arca después del Diluvio, Dios declaró que el castigo para el delito de asesinato era la muerte.

Ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de manos de todo animal la demandaré, y de manos del hombre. A cada hombre demandaré la vida de su prójimo. El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre[4].

Pese a que en ese punto de la Escritura no existía gobierno alguno, se estableció el concepto de que los seres humanos ejecutaran la pena máxima —la muerte— en sentencia por el delito máximo —el asesinato—. Eso sentó las bases para el concepto del castigo por delitos en general. (Más adelante, conforme a la Ley Mosaica, un miembro de la familia de la persona asesinada sería el que quitaría la vida al asesino. A ese ejecutor se lo denominaba vengador de la sangre, término derivado de la palabra hebrea goel que significa pariente más cercano. Ahora bien, en caso de que una persona matara a otra sin intención, lo que hoy se conoce como homicidio sin premeditación, esta podía huir a una ciudad de asilo o refugio en la que un vengador de sangre no pudiera quitarle la vida antes de haber comparecido a juicio delante de la congregación[5].)

El libro de los Jueces (capítulos 17-21) contiene relatos de cosas pavorosas que hizo la gente en territorio de Israel en la época en que no existía un gobierno en ejercicio. Dentro de esos capítulos leemos en cuatro ocasiones que a falta de un rey —autoridad competente— reinaba la anarquía.

En aquellos días no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que le parecía recto ante sus propios ojos[6].

Sin un rey/gobierno en ejercicio cada uno hacía lo que quería, y siendo pecadores optaban por hacer continuamente el mal. (Los libros 1 y 2 de Reyes y 1 y 2 de Crónicas, que suceden al libro de Jueces, describen una época de la historia de Israel en que existía un gobierno más estructurado.)

Uno de los propósitos del gobierno es castigar a los que quebrantan la ley, así como proteger y favorecer a los que la acatan. Los gobernantes tienen el deber de juzgar con imparcialidad, conforme a la ley; defender a los débiles y a los que son incapaces de defenderse a sí mismos, y castigar a los que hacen daño a otros.

El concepto de gobierno como un cuerpo constituido para castigar legítimamente a los malhechores, y que dicho castigo sea un elemento de disuasión para los que pretenden obrar mal, se encuentra también en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo escribió:

Sométase toda persona a las autoridades superiores porque no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que hay, por Dios han sido constituidas. Así que, el que se opone a la autoridad se opone a lo constituido por Dios; y los que se oponen recibirán condenación para sí mismos. Porque los gobernantes no están para infundir el terror al que hace lo bueno sino al que hace lo malo. ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás su alabanza porque es un servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no lleva en vano la espada pues es un servidor de Dios, un vengador para castigo del que hace lo malo. Por lo cual, es necesario que estén sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por motivos de conciencia. Porque por esto pagan también los impuestos, pues los gobernantes son ministros de Dios que atienden a esto mismo[7].

De este pasaje se desprende que:

1. Dios ha constituido el gobierno y le ha otorgado su autoridad. Jesús expresó este concepto cuando le dijo a Poncio Pilato, gobernador de Judea: Ninguna autoridad tendrías contra Mí si no te fuera dada de arriba[8].

2. Los gobiernos tienen la función de contener a los maleantes con amenaza de sanciones. Los que practican el mal deben temer a las autoridades, ya que cuando estas hacen cumplir la ley y castigan a los infractores, actúan bajo encargo de Dios.

3. Los dirigentes civiles alaban o elogian a los que hacen el bien. Promueven la buena conducta y alientan y premian el comportamiento que contribuye al bien común de la sociedad.

4. Los funcionarios de gobierno son siervos de Dios en el sentido de que cuando sancionan el mal y promueven el bien actúan en calidad de servidor de Dios para tu bien. Lo que Pablo daba a entender es que, en general, el gobierno civil como institución es bueno y que si premia el bien y sanciona el mal, en términos generales debe considerársele una bendición de Dios. Sin embargo, eso no significa que todo lo que hacen los funcionarios de gobierno esté bien, ya que la gente que trabaja en los gobiernos de este mundo es pecadora como el resto de nosotros y por tanto susceptible de hacer el mal y de ser injusta y corrupta. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento los profetas de Dios reprendieron a los dirigentes. Una y otra vez leemos que los reyes del Antiguo Testamento hicieron lo malo ante los ojos del SEÑOR[9]. En el Nuevo Testamento Juan Bautista reprendió al rey Herodes por todas las maldades que Herodes había hecho[10]. (Sí hay momentos en que es legítimo para los ciudadanos de un país desobedecer y sacar a un gobierno del poder. Trataremos este tema en un artículo de próxima aparición.)

5. Las autoridades de gobierno tienen la obligación de castigar a los malhechores. Son agentes de reprensión que ejecutan la pena que corresponda al mal cometido. Al final del capítulo 12 de Romanos, Pablo afirmó: Amados, no se venguen ustedes mismos sino dejen lugar a la ira de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza; Yo pagaré, dice el Señor[11]. Pablo declara aquí que los cristianos no deben vengarse personalmente de quienes los han agraviado, sino dejar más bien que la persona escarmiente con la «ira de Dios». En el capítulo 13 llamó al dirigente (el gobierno) un vengador para castigo del que hace lo malo[12]. El gobierno es el encargado de castigar a los malhechores y es el medio establecido por Dios hacerlo.

El apóstol Pedro expresó algo parecido cuando indicó que los cristianos deben sujetarse a las autoridades legales:

Sométanse por causa del Señor a toda autoridad humana, ya sea al rey como suprema autoridad, o a los gobernadores que él envía para castigar a los que hacen el mal y reconocer a los que hacen el bien[13].

Al igual que Pablo, enseñó que los gobiernos tienen la tarea de aplicar por una parte medidas punitivas para sancionar a los que quebrantan la ley y por otra promover el bien común.

Hay quienes cuestionan si castigar a los transgresores contradice el mandato de Jesús de que no resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra[14]. El vocablo griego traducido por nuestro sustantivo «bofetada» se refiere a una cachetada con la parte de atrás de la mano en la mejilla derecha, que en esos tiempos era concebida expresamente como un insulto. Jesús aludía a situaciones de carácter personal, enseñando que uno debe recibir un insulto sin desquitarse. El concepto de poner la otra mejilla tiene que ver con la conducta personal, no con la responsabilidad del gobierno de castigar a los malhechores.

Los cristianos tienen la obligación de someterse al gobierno del país en que viven. Sin embargo, están exentos de obedecer al gobierno cuando este los insta a actuar de tal manera que los haga desobedecer un mandamiento divino. Por ejemplo, en el libro de Daniel, tres varones judíos —Sadrac, Mesac y Abednego— se negaron a acatar el mandato de inclinarse a adorar una estatua[15], toda vez que ello supondría desobedecer el segundo mandamiento: No te harás imagen. [...] No te inclinarás a ellas ni las honrarás[16]. Como consecuencia de su negativa fueron arrojados a un horno de fuego ardiente; no obstante, Dios los protegió, demostrando que aprobaba su decisión de desobedecer una orden que los habría impulsado a desobedecerle a Él. En el Nuevo Testamento leemos que los apóstoles desafiaron las disposiciones de las autoridades religiosas judías cuando los conminaron a dejar de hablar de Jesús[17].

A lo largo de la Escritura leemos que el pueblo de Dios convivía pacíficamente con los gobiernos civiles de los lugares donde residía, salvo cuando el ente gobernante instituía leyes que contravenían los preceptos o instrucciones divinas. Las parteras hebreas desobedecieron el mandato del faraón que decretaba matar a todos los varones recién nacidos[18]. Ester, con el ánimo de salvar a los judíos, infringió la ley presentándose ante el rey Asuero sin haber sido invitada[19]. Daniel oró a Dios violando una ley que durante 30 días prohibía que alguien rezara a otro dios que no fuera el rey[20]. Jesús ordenó a Sus discípulos que predicaran el evangelio[21]; y cuando el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes oyeron predicar a los discípulos, los llevaron ante las autoridades judías. El sumo sacerdote dijo entonces: ¿No les mandamos estrictamente que no enseñaran en este nombre? ¡Y he aquí han llenado a Jerusalén con su doctrina! Pedro y los otros apóstoles respondieron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres[22].

Los creyentes estamos subordinados al gobierno civil y sujetos a obedecer sus leyes, siempre y cuando no nos exijan desobedecer a Dios y que el gobierno no esté cometiendo crímenes contra sus ciudadanos. Un gobierno que deviene en tiranía, que rige con injusticia y poder absoluto, que insiste en exigir obediencia total y castiga con dureza a los que no obedecen, puede resultar deslegitimado, y la gente que vive bajo semejante tiranía tiene derecho a rebelarse.

No toda forma de gobierno legítimo es igual y hay algunas mejores que otras; con todo, en términos generales a la humanidad le conviene más someterse a las leyes de un gobierno civil que vivir en anarquía, ya que el gobierno refrena a los maleantes y promueve la buena conducta, con lo que contribuye al bien común de la sociedad. Aunque los gobiernos distan de ser perfectos y los ciudadanos discrepemos de algunas o de muchas de las medidas y programas de la autoridad que nos rige, por lo general debemos dar gracias a Dios por la bendición que representa el gobierno humano.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Grudem, Wayne, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018).

[2] Los Diez Mandamientos: Autoridad (1ª parte)

[3] Estos fueron los jefes de las familias patriarcales: Los hijos de Rubén, primogénito de Israel: Janoc, Falú, Jezrón y Carmí. Estos fueron los clanes de Rubén. Los hijos de Simeón: Jemuel, Jamín, Oad, Jaquín, Zojar y Saúl, hijo de la cananea. Estos fueron los clanes de Simeón (Éxodo 6:14,15).

[4] Génesis 9:5,6.

[5] Números 35:12.

[6] Jueces 17:6. V. también Jueces 18:1, 19:1, 21:25.

[7] Romanos 13:1–6.

[8] Juan 19:11.

[9] Calculé que esta frase, en referencia a los reyes hebreos, figura 42 veces dentro de los libros 1 y 2 de Reyes y 1 y 2 de Crónicas.

[10] Lucas 3:19.

[11] Romanos 12:19.

[12] Romanos 13:4.

[13] 1 Pedro 2:13,14 (NVI).

[14] Mateo 5:39 (NVI).

[15] Daniel 3:13–30.

[16] Éxodo 20:4,5.

[17] Hechos 4:15–20.

[18] Éxodo 1:17, 21.

[19] Ester 4:16.

[20] Daniel 6:7.

[21] Mateo 28:19.

[22] Hechos 5:27–29.