Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Autoridad, 4ª parte)
marzo 5, 2019
Enviado por Peter Amsterdam
Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Autoridad, 4ª parte)
Autoridad de los empleadores
[Living Christianity: The Ten Commandments (Authority, Part 4). Employers’ Authority]
Hasta el momento en esta serie hemos examinado la autoridad de los padres y del gobierno. En el presente artículo veremos otro aspecto de la autoridad, el que se refiere a la relación entre los empleadores y los empleados. Es mucho más sencillo buscar en la Escritura orientación en cuanto a la autoridad parental o gubernamental que en cuanto a la que ejercen los empleadores. Ello se debe a que tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento existía la esclavitud y durante el periodo neotestamentario ese estado de sumisión se hallaba muy extendido en el Imperio romano. Hoy en día se consiguen muy buenos libros que presentan una perspectiva moderna de las relaciones entre el empleador y el empleado. En los siguientes párrafos pondremos el foco en el texto del Nuevo Testamento, y en ese limitado contexto se hallan referencias a la esclavitud.
El Nuevo Testamento asume que la compra y venta de seres humano es pecado. En una de la listas de pecados elaborada por el apóstol Pablo, figuran los traficantes de esclavos[1], traducción del vocablo griego correspondiente a secuestrador o a quien trafica con personas. Pablo afirma además que en Cristo, todas las gentes, incluidas los esclavos, son iguales a los ojos de Dios:
Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús[2].
En la epístola a Filemón, Pablo escribió sobre un esclavo fugitivo, Onésimo, que se había convertido al cristianismo y era una gran ayuda para él. En esa ocasión Pablo envía a Onésimo de regreso a su amo, Filemón, y le pide a este que lo trate como a un hermano y no como un esclavo.
Intercedo ante ti en cuanto a mi hijo Onésimo a quien he engendrado en mis prisiones. [...] Te lo vuelvo a enviar, a él que es mi propio corazón. [...] Pues quizá por esta razón se apartó por un tiempo, para que lo recuperes ahora para siempre; ya no como a un esclavo sino más que esclavo, como a un hermano amado, especialmente para mí pero con mayor razón para ti, tanto en la carne como en el Señor. Así que, si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo[3].
Pablo claramente le indicaba a Filemón que siendo cristiano ya no debía practicar más la esclavitud.
Los escritos de Pablo influyeron posteriormente en muchos cristianos para que liberaran a sus esclavos. Durante los siglos segundo y tercero muchos de los primeros cristianos pusieron en libertad a sus esclavos en ceremonias oficiadas en las iglesias. San Agustín consideró que la esclavitud era producto del pecado y contraria a los designios divinos. San Juan Crisóstomo predicó en el siglo cuarto que cuando Cristo vino, anuló la esclavitud. Escribió:
No hay esclavo en Cristo Jesús […]. Por ende no es necesario tener esclavos […]. Cómprenlos, y en cuanto les hayan ayudado a adquirir alguna habilidad con la cual puedan mantenerse, libérenlos[4].
La Biblia de estudio ESV afirma:
Pablo insta a los esclavos cristianos a recobrar su libertad si tienen posibilidad de hacerlo. Pablo no aprueba el régimen de esclavitud; más bien brinda instrucciones a amos y esclavos creyentes con respecto a la relación que mantienen unos con otros en el Señor y les enseña que esta debe llevarse a cabo en el marco de su cultura social y legal. En consecuencia, como muchas veces se ha observado, la esclavitud fue desapareciendo paulatinamente hasta quedar relegada a la antigüedad, gracias a la influencia del cristianismo[5].
En el Nuevo Testamento, el vocablo griego doulos se traduce por siervo o esclavo según la versión de la Biblia de que se trate y el contexto del versículo en que se encuentre.
¿No saben que cuando se ofrecen a alguien para obedecerlo como esclavos son esclavos del que obedecen; ya sea del pecado para muerte o de la obediencia para justicia?[6]
¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; pero si puedes hacerte libre, por supuesto procúralo. Porque el que en el Señor es llamado siendo esclavo, es hombre libre del Señor. De igual manera, también el que es llamado siendo libre, es esclavo del Señor[7].
A menudo se traduce como siervo. Tal es el caso de la parábola de Jesús sobre los talentos:
El reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes[8].
Esos siervos tenían una categoría más elevada y gozaban de mayor seguridad económica que el jornalero que tenía que buscar empleo cada día en la plaza de mercado. Dichos siervos estaban ligados por ley a sus patrones durante determinado periodo de tiempo —generalmente para pagar una deuda— y recobraban su libertad cuando se saldaba la deuda. Muchos profesores, médicos, enfermeras y amas de casa ejercían la servidumbre bajo esas condiciones, lo mismo que los administradores de fincas y tiendas, los patrones de barco así como los encargados de la gestión de fondos y del personal junto con los altos funcionarios con capacidad de decisión[9]. En el Evangelio de Mateo, Jesús relató la parábola de los siervos (doulos) a los que se les confió la administración de cinco, dos y un talento. Un talento equivalía a 600.000 dólares de hoy, lo que revela que al menos en ciertas circunstancias los doulos eran administradores de gran confianza.
El apóstol Pablo escribió acerca de mostrarse amable y amoroso con la gente en general y concretamente ordenó a los que poseían esclavos que los tratasen con imparcialidad. Eso no significa que estuviera de acuerdo con el régimen de esclavitud ni que lo aprobara. El apóstol más bien abordó la situación imperante en la época impartiendo instrucciones a tono con Dios tanto para los propietarios de esclavos como para los que vivían bajo servidumbre. Si bien el régimen de servidumbre y esclavitud de la antigüedad difiere en la mayoría de los casos de las relaciones que existen hoy en día entre empleador y empleado, en los escritos de Pablo encontramos ciertas pautas generales que ofrecen guía tanto a empleadores como a empleados en el lugar de trabajo actual.
Los empleadores, supervisores, gerentes y jefes deben tratar a sus empleados con equidad. Esto se refleja en la enseñanza de Pablo:
Amos, proporcionen a sus esclavos lo que es justo y equitativo, conscientes de que ustedes también tienen un Amo en el cielo[10].
Deducimos del mandato de Pablo que a los empleadores que no traten con justicia a sus obreros se les pedirá que rindan cuentas ante el jefe supremo, Dios mismo, cuando no en esta vida, en la otra. Esto asimismo nos lleva a la lógica de que si los empleadores tratan como es debido a sus empleados, Dios estará complacido con ellos y los premiará. Hallamos además otros consejos que Pablo da a los jefes:
Dejando las amenazas, porque ustedes saben que el mismo Señor de ellos y de ustedes está en los cielos, y que no hay distinción de personas delante de Él[11].
Quienes ejercen autoridad en el lugar de trabajo deben recordar que les tocará rendir cuentas ante Dios por el trato que den a sus empleados. Puede que ostenten puestos de mayor relevancia, que sean más adinerados, baluartes de la sociedad, pero eso nada significará cuando comparezcan ante Dios, toda vez que Dios no hace acepción de personas[12]. No muestra favoritismo, y todos somos iguales delante de Él.
Dentro del lugar de trabajo y en el marco de los deberes y obligaciones de los trabajadores, se pide a los empleados que se sometan a la autoridad de sus empleadores obedeciendo las legítimas instrucciones que reciban con respecto a su trabajo. Esto se evidencia en los escritos del apóstol Pablo:
Obedezcan a sus amos terrenales con [...] integridad de corazón, como a Cristo[13].
Obedezcan en todo a sus amos humanos; no sirviendo solo cuando se les está mirando, como los que agradan a los hombres, sino con sencillez de corazón, temiendo a Dios[14].
Naturalmente no se exige que los empleados obedezcan «en todo» a sus patrones; pero cuando se trata del trabajo para el que se los contrató sí deben cumplir a cabalidad las instrucciones de sus patronos en lo que concierne al trabajo para el cual se les paga, y deben realizar bien ese trabajo. El apóstol Pedro escribió algo parecido:
Siervos, estén sujetos con todo respeto a sus amos; no solamente a los que son buenos y comprensivos sino también a los severos[15].
Aunque tu empleador no sea de tu gusto, tienes el deber ético de cumplir con las tareas que conlleva el trabajo para el cual te contrataron.
Los empleadores con toda razón tienen autoridad sobre sus empleados en lo tocante a su oficio en horas de trabajo. Están autorizados por los dueños de la empresa —o son ellos mismos los dueños— y cargan con la responsabilidad de que la empresa marche bien. A diferencia de los esclavos, los empleados optan por trabajar para un patrono y pueden renunciar a su trabajo cuando lo consideren conveniente. Si bien los empleados están obligados por ética a seguir las instrucciones de sus empleadores, no tienen la obligación de obedecer en caso de que el empleador los conmine a hacer algo que esté moralmente mal, infrinja la ley o vaya más allá de lo que exige el contrato o el acuerdo al que se llegó sobre los requisitos del trabajo. Si, por ejemplo, el jefe le dice al empleado que mienta a un cliente o que altere la contabilidad o que haga alguna otra cosa poco ética o que los lleve a quebrantar las leyes morales de Dios o del país, el empleado debe negarse a hacerlo.
El apóstol Pablo dijo a los siervos ligados a sus patrones por ley que no sean respondones, que no defrauden sino que demuestren toda buena fe[16]. La palabra griega nosphizō traducida en este caso por el verbo defraudar significa desfalcar, robar por malversación, substraer o retener para sí. Como tales, los empleados no deben robar a sus empleadores. El robo por parte de los empleados puede asumir diversas formas, entre ellas el hurto descarado de productos o dinero, la pérdida de tiempo en horas de trabajo, el otorgamiento de descuentos no autorizados a amigos, el cobro por tiempo que no se haya dedicado al trabajo, la substracción de útiles de oficina del lugar de trabajo, etc.
Un artículo observa:
Las empresas dedicadas a la prevención de fraudes sostienen desde hace ya tiempo lo que llaman la regla de 10-10-80. Esta consiste en que el 10% de los empleados no robará nunca, el 10% robará siempre y el 80% optará por una de las dos dependiendo de la oportunidad[17].
Los cristianos debiéramos figurar en el 10% que nunca roba, ya que se nos insta a ser honrados, dignos de confianza y fieles.
Pablo también expresa el concepto de que los siervos ligados por ley o pacto deben considerar que no solo trabajan para agradar a sus amos terrenales, sino que trabajan para Cristo mismo, sabiendo que se les recompensará.
Obedezcan a los que son sus amos en la tierra [...] con sinceridad de corazón, como a Cristo; no sirviendo solo cuando se les esté mirando, como los que quieren quedar bien con los hombres, sino como siervos de Cristo, haciendo la voluntad de Dios con ánimo. Sirvan de buena voluntad, como al Señor, no como a los hombres, sabiendo que el bien que haga cada uno eso recibirá de parte del Señor, sea siervo o libre[18].
En la epístola a los Corintios manifiesta algo parecido y añade:
Todo lo que hagan, háganlo de buen ánimo como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. ¡A Cristo el Señor sirven![19]
La idea de que el empleo que uno tiene, el trabajo que uno hace, se considera un servicio para el Señor es un concepto importante de entender. Dignifica el trabajo honrado y estimula a las personas a trabajar duro y con diligencia y a ser fieles en sus deberes. El trabajo no es una maldición de Dios, toda vez que Él dispuso el trabajo antes que el pecado se introdujera en el mundo. Con anterioridad a la desobediencia de Adán y Eva, se nos enseña que:
Tomó, pues, el SEÑOR Dios al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo guardara[20].
El propio Jesús trabajó de carpintero.
¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?[21]
El vocablo griego tekton, traducido como carpintero, también se puede expresar con los términos artesano o constructor. Jesús tenía una habilidad comercializable y la aprovechó durante la mayor parte de su vida adulta. Evidentemente era la voluntad de Su Padre que trabajara y no cabe duda de que lo hizo con integridad de corazón y con el temor del Señor.
Ser un buen empleado no significa que uno no salga en defensa de sus derechos o los derechos de los demás. Cuando un trabajador considera que se lo ha tratado mal o que no ha tenido un trato justo, cuando el empleador ha incumplido sus promesas, cuando las condiciones de trabajo no ofrecen la debida seguridad, el empleado tiene derecho a señalar esas cosas con la esperanza de que la situación se remedie.
El quinto mandamiento declara: honra a tu padre y a tu madre[22]. Este mandamiento establece el concepto de autoridad humana a la cual tenemos la obligación de someternos. Abarca obedecer plenamente a los padres durante los años iniciales de la infancia y demostrarles amor y respeto cuando se va alcanzando la edad adulta. Significa obedecer las leyes del gobierno civil del país en que vivimos, tal como Jesús instruyó a Sus discípulos: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios[23]. Y a pesar de que la Escritura no lo indica explícitamente, podemos inferir que tenemos la obligación de acatar las instrucciones legítimas de nuestro empleador en el lugar de trabajo.
Existe una amplia variedad de autoridad legítima en el ámbito del mundo que Dios creó. Los cristianos debemos, pues, hacer todo lo posible por honrarla y dar gracias a Dios por ella.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.
[1] 1 Timoteo 1:10.
[2] Gálatas 3:28.
[3] Filemón 1:10, 12, 15–17 (NIV).
[4] Extracto de Impacto Demoledor: Cómo el cristianismo ha transformado la civilización, por Alvin J. Schmidt (Vida, 2004).
[5] ESV Study Bible (Wheaton: Crossway, 2008), 2201, 2273, 2353.
[6] Romanos 6:16.
[7] 1 Corintios 7:21,22.
[8] Mateo 25:14.
[9] Grudem, Wayne, Christian Ethics: An Introduction to Biblical Moral Reasoning (Wheaton: Crossway, 2018), 489.
[10] Colosenses 4:1.
[11] Efesios 6:9.
[12] Hechos 10:34.
[13] Efesios 6:5 (NVI).
[14] Colosenses 3:22.
[15] 1 Pedro 2:18.
[16] Tito 2:9,10.
[17] https://businesspracticalknowledge.wordpress.com/legal-security/employee-theft/
[18] Efesios 6:5–8.
[19] Colosenses 3:22–24.
[20] Génesis 2:15.
[21] Marcos 6:3.
[22] Éxodo 20:12, Deuteronomio 5:16.
[23] Para un estudio más amplio de la relación del cristiano con el gobierno civil, véase Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Autoridad 2ª y 3ª partes), Autoridad gubernamental.