Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Contentamiento)

diciembre 1, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

[Living Christianity: The Ten Commandments (Contentment)]

(Partes de este artículo provienen del libro The Doctrine of the Christian Life de John M. Frame[1].)

El décimo mandamiento destaca sobre los demás por cuanto se centra en nuestros pensamientos y deseos íntimos en lugar de enfocarse en los actos pecaminosos. Por ejemplo, mientras que el octavo mandamiento prohíbe el acto de robar, el décimo prohíbe el deseo de robar. El término empleado para expresar ese deseo es codiciar. Codicia significa «el deseo excesivo (desordenado, desmedido) de tener lo que pertenece a otro»[2]. Cuando albergamos un fuerte deseo de poseer algo que pertenece a otra persona pecamos de codicia.

Este mandamiento se cita dos veces en el Antiguo Testamento. En el libro del Éxodo leemos:

No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo[3].

El libro de Deuteronomio establece:

Ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo[4].

Hoy en día la gente no suele codiciar el buey o el asno de su vecino, pero sí codicia los trabajos, los sueldos, las cuentas bancarias, los bienes materiales, los cónyuges o la condición social o laboral de los demás. Todo esto cabe dentro de la cláusula ni cosa alguna que sea de tu prójimo. Codiciamos cuando, descontentos con nuestra situación material, envidiamos lo que poseen otros. La codicia es el deseo de poseer lo que tiene otra persona, lo cual nos produce insatisfacción y nos induce a basar nuestra felicidad y contentamiento en la obtención de esas cosas.

A lo largo del Nuevo Testamento se encuentran advertencias contra la codicia y la avaricia[5]. Jesús nos alertó sobre ello:

Decía que lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos […], las avaricias […]. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre[6].

Y les dijo: —Miren, guárdense de toda codicia, porque la vida de uno no consiste en la abundancia de los bienes que posee[7].

En la Epístola a los Romanos, Pablo incluye la codicia en la lista de los pecados de los incrédulos.

Y como no tienen interés en conocer a Dios, es Dios mismo quien los deja a merced de una mente pervertida que los empuja a hacer lo que no deben. Rebosan injusticia, perversidad, codicia...[8]

En la Epístola a los Colosenses, escribió:

Hagan morir lo terrenal en sus miembros: […] la avaricia, que es idolatría[9].

Por nuestra condición de seres humanos, todos abrigamos sueños y deseos infundidos por Dios que resultan perfectamente legítimos. No tiene nada de inmoral, impío o pecaminoso imponerse metas económicas o de otra índole y esforzarse por alcanzarlas para disfrutar de una vida mejor. No está mal trabajar para comprarse una casa o un nuevo auto, estudiar para obtener un título o ahorrar dinero para satisfacer alguna necesidad futura. Sin embargo, sí es pecado cuando se desean las cosas que pertenecen a otros, ya si se trata de algo que poseen físicamente o ya de su posición, sus relaciones o sus dones y aptitudes particulares.

En la Escritura hallamos ejemplos de codicia que llevaron a las personas a obtener ilícitamente los objetos que anhelaban. En el libro de Josué leemos que Acán, por codicioso, desobedeció el mandato de no tomar nada de la ciudad de Hai.

Acán respondió a Josué diciendo: —Verdaderamente yo he pecado contra el SEÑOR Dios de Israel, y he hecho así y así: Vi entre el botín un manto babilónico muy bueno, dos kilos de plata y un lingote de oro de medio kilo de peso, lo cual codicié y tomé. Todo ello está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero está debajo de ello[10].

El rey David codició a Betsabé, la esposa de Urías —uno de sus soldados—, cuando desde la azotea del palacio la vio tomando un baño. Codició a la mujer de su prójimo, lo que lo llevó a cometer adulterio con ella y dejarla embarazada. Seguidamente, para ocultar su pecado, David dispuso que Urías fuese destinado al frente mismo de la batalla, donde la pelea era más recia, y que los soldados que estuvieran cerca de él se retiraran de modo que muriera en combate[11].

Aunque la codicia no derive en una acción externa como se describe en los ejemplos anteriores, sí es una importante causa de infelicidad. Provoca que nos comparemos con los demás y produce insatisfacción, lo que puede generar un intenso deseo de tener los bienes ajenos; a saber, su trabajo, dinero, casa, auto, cónyuge, etc. La codicia puede inducirlo a uno a valorarse a sí mismo según sus posesiones; la Escritura, en cambio, expresa claramente que nuestra vida y nuestra valía como seres humanos no dependen de lo mucho o lo poco que poseamos.

El antídoto de la codicia es el contentamiento: hallar satisfacción y felicidad en cualquier situación en la que nos encontremos. El apóstol Pablo escribió:

Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos; pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos dolores. Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos[12].

El apóstol Pablo experimentó situaciones tanto de abundancia como de necesidad económica. Lo expresó así:

He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece[13].

Contentarse significa agradecer al Señor por lo que tenemos en lugar de quejarnos de lo que nos falta. Al igual que el apóstol Pablo, es importante que aprendamos a contentarnos sea cual sea la situación en que nos encontremos. Ahora bien, contentarnos con nuestra situación actual tampoco significa que no podamos hacer progresos para mejorarla.

Moralmente hablando, no está mal que el éxito de otra persona nos impulse a actuar para mejorar nuestra vida. Sucede con frecuencia que los logros de otros nos motivan y nos hacen ver que nosotros también podemos hacer progresos y alcanzar objetivos que valen la pena en algún aspecto de nuestra existencia. Eso no es sinónimo de codicia, toda vez que no implica un deseo de arrebatar algo que pertenece a otro. Se trata más bien de que el ejemplo de alguien nos incite a poner de nuestra parte para conseguir objetivos legítimos y perfeccionarnos en algún aspecto.

La fórmula para combatir la codicia es confiar en que Dios proveerá para nuestras necesidades y tener fe en Sus promesas. La Escritura nos enseña y la experiencia reafirma Su promesa de que Él nos cuidará.

Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré»[14].

A los cristianos Jesús nos llama a no afanarnos diciendo: «¿Qué comeremos?» o «¿Qué beberemos?» o «¿Con qué nos cubriremos?» Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero el Padre de ustedes que está en los cielos sabe que tienen necesidad de todas estas cosas. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Así que, no se afanen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta a cada día su propio mal[15].

La codicia en última instancia tiene que ver con nuestra relación con Dios. ¿Confiamos en que Él nos ama, vela por nosotros y quiere de corazón para nosotros lo que más nos conviene? De ser así, ¿estamos dispuestos a aceptar lo que nos ha suministrado y lo que no nos ha suministrado, y así y todo estar contentos y agradecidos?

Como cristianos es importante recordar que Jesús renunció a todo para traernos salvación.

Conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, por amor de ustedes se hizo pobre para que ustedes con Su pobreza fueran enriquecidos[16].

Jesús no permitió que la posición que tenía en el cielo le impidiera sacrificarlo todo con tal de redimirnos. Asimismo, cada uno de nosotros debe seguir Su ejemplo expresando gratitud a Dios por suplir todo lo que nos hace falta y siendo generosos con los demás.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Frame, John, The Doctrine of the Christian Life (Phillipsburg: P&R Publishing), 2008.

[2] Diccionario enciclopédico de Biblia y teología.

[3] Éxodo 20:17.

[4] Deuteronomio 5:21.

[5] Afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. (DRAE)

[6] Marcos 7:20–23.

[7] Lucas 12:15.

[8] Romanos 1:28,29 (BLPH).

[9] Colosenses 3:5.

[10] Josue 7:20,21.

[11] 2 Samuel 11:1–27.

[12] 1 Timoteo 6:6–12.

[13] Filipenses 4:11–13.

[14] Hebreos 13:5 (NVI).

[15] Mateo 6:31–34.

[16] 2 Corintios 8:9.