Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (2ª parte)
diciembre 11, 2018
Enviado por Peter Amsterdam
Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (2ª parte)
[Living Christianity: The Ten Commandments (Part 2)]
En el artículo anterior repasamos los primeros dos mandamientos relacionados con nuestro deber hacia Dios. El deber que la humanidad tiene para con Dios se sigue recalcando en el tercer mandamiento, que declara: No tomarás en vano el nombre del SEÑOR tu Dios, porque el SEÑOR no dará por inocente al que tome Su nombre en vano[1].
Existe una diferencia entre lo que representaba un nombre en la época del Antiguo Testamento y lo que hoy representa. En nuestros tiempos el nombre de una persona suele ser una etiqueta que la identifica y la distingue de otros individuos. En tiempos pretéritos, en cambio, la gente consideraba que un nombre era mucho más que eso. Por lo general un nombre describía el carácter o reputación de una persona. A veces descubrimos que Dios cambia el nombre de alguien cuando se le asigna un nuevo papel; de esa manera se lo describe con mayor exactitud en su nueva posición o labor.
Encontramos esos cambios de nombre en el relato sobre el patriarca Abraham y su esposa Sara.
Ya no te llamarás Abram, sino que de ahora en adelante tu nombre será Abraham, porque te he confirmado como padre de una multitud de naciones[2].
Dios cambió el nombre de Sarai a Sara, que significa princesa.
Dijo también Dios a Abraham: —A Sarai, tu mujer, no la llamarás Sarai, sino que su nombre será Sara[3].
El «nombre» de Dios no solo expresa el nombre propio de Dios; también dicta lo que la Escritura dice sobre Su reputación, Su carácter y Su ser. Cuando empleamos el nombre de Dios exponemos quién es Él y qué hace. Por tal motivo, no debemos expresar Su nombre sin la reverencia y la admiración que se merece.
Hay dos palabras hebreas que expresan la frase tomar el nombre del Señor en vano. La primera significa levantar, acarrear, y la segunda denota vacío, nada, vanidad. En sentido literal puede traducirse así: No elevarás el nombre del Señor tu Dios a la futilidad —o vaciedad, vanidad—[4]. En esencia este mandamiento enseña que se prohíbe utilizar el nombre de Dios irreverentemente.
Eso significa que no debemos usar el nombre de Dios, el Señor, Jesús o Cristo de manera irrespetuosa, burlona o desdeñosa ni como expresión de irritación o ira. Se aplica también a la frase «Ay, Dios mío» o a cualquier otra grosería que incluya el nombre de Dios. Peor aún es maldecir adrede a Dios o blasfemar contra Él.
Blasfemar contra Dios es cosa seria, toda vez que una porción del mandamiento reza: el SEÑOR no dará por inocente al que tome Su nombre en vano[5]. En tiempos veterotestamentarios era un delito que acarreaba la pena capital:
El que blasfeme el nombre del Señor, ciertamente ha de morir; toda la congregación ciertamente lo apedreará. Tanto el extranjero como el nativo, cuando blasfeme el Nombre, ha de morir[6].
La Escritura manifiesta que tomar en vano el nombre de Dios equivale a vilipendiar Su nombre:
¿Hasta cuándo, oh Dios, blasfemará el adversario? ¿Despreciará[7] el enemigo Tu nombre para siempre? [...] Acuérdate de esto, Señor: que el enemigo ha blasfemado, y que un pueblo insensato ha despreciado Tu nombre[8].
En este tercer mandamiento vemos que los creyentes no deben usar el nombre de Dios en tono despectivo o de ningún modo que lo deshonre o que resulte irreverente. Hacerlo es pecar contra Él y requiere que le pidamos perdón.
Algunos cristianos consideran que está mal emplear términos sustitutivos en lugar del nombre de Dios; por ejemplo, en inglés se suele decir oh, my gosh o my goodness en lugar de oh, my God o my God (Dios mío). Algunos dirían que en sus orígenes esas frases se usaban para sustituir el nombre de Dios y que por tanto no deberían emplearse. Sin embargo, la mayoría de la gente que las usa hoy en día no las interpreta de ese modo. Puesto que son frases de uso cotidiano en inglés que no aluden a Dios, es de suponer que emplearlas en sustitución es legítimo, prudente y contribuye a evitar el empleo inadecuado del nombre de Dios. (En el judaísmo ortodoxo la gente evita pronunciar el nombre «Dios» salvo en la lectura de la Torá o de oraciones para no cometer el error de tomar Su nombre en vano.)
Decir palabrotas
Como ya lo mencionamos en esta serie, cada uno de los Diez Mandamientos tiene un sentido más amplio que el que se evidencia en la oración o dos que contiene cada mandamiento específico. En este caso, el tema de las palabrotas o declaraciones de condenación o de justicia divina sobre una persona caben dentro del mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano. Esto no se refiere al empleo de lenguaje obsceno o sucio, el cual abordaré un poco más abajo. Se trata más bien de maldecir a alguien empleando un lenguaje que reclama que alguien se condene o se vaya al infierno.
En el libro de los Salmos leemos algunas oraciones imprecatorias, que se hacen para invocar un mal o una maldición sobre los enemigos. Las escribió y las pronunció David, pidiendo a Dios que escarmentara a sus enemigos. Si bien aquello quizás era pertinente en esa época, pronunciar oraciones de esa índole contra las personas hoy en día se opondría a la instrucción de Jesús que nos insta a amar y orar por nuestros enemigos.
Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan[9].
Dentro del Nuevo Testamento hallamos afirmaciones que expresan claramente que los cristianos no deben maldecir a la gente.
Bendigan a los que los persiguen; bendigan y no maldigan[10].
Ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así[11].
Si alguien maldice a un cristiano, la Escritura enseña que no debemos devolver maldición por maldición, sino más bien entregar una bendición.
No devuelvan mal por mal ni maldición por maldición sino, por el contrario, bendigan; pues para esto han sido llamados, para que hereden bendición[12].
Se nos dice de Jesús que cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente[13].Si resulta que en algún momento somos víctima de una injuria, debemos encomendar la situación a Dios y simplemente responderle a la persona con una bendición.
Lenguaje obsceno
Si bien tomar el nombre de Dios en vano y maldecir a alguien siempre es reprobable, el lenguaje obsceno no puede clasificarse exactamente en la misma categoría. Dicho lenguaje es socialmente inaceptable en ciertas situaciones, pero no es forzosamente pecado. En la Escritura encontramos algunos ejemplos de ese lenguaje procaz, aunque son muy escasos.
En Filipenses 3:8 leemos:
Todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo[14].
El vocablo griego skubalon puede significar excremento de animal y también puede tener el sentido de basura (como lo traducen algunas versiones de la Biblia). Por ejemplo, al hablar despectivamente de sus opositores religiosos en Gálatas 2:12, el apóstol Pablo los calificó de «partidarios de la circuncisión». En una ocasión dijo:
Esos que los andan perturbando a ustedes, ¡ojalá se castraran a sí mismos de una vez![15]
En esas circunstancias, el uso de ese lenguaje era pertinente al tema de conversación del que hablaba.
Pese a que en ciertas circunstancias era apropiado para Pablo usar un lenguaje que podría haberse considerado subido de tono a fin de demostrar con claridad un argumento, él escribió sobre el habla por la que se deberían distinguir los cristianos.
Tampoco haya obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias[16].
Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes[17].
Otras versiones de la Biblia dicen: Ninguna palabra obscena salga de su boca (RVA-2015); no empleen palabras groseras (BLPH); no salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala (NBLH); no empleen un lenguaje grosero ni ofensivo (NTV).
En muchos casos, distintas palabras denotan el mismo sentido pero tienen distintas connotaciones, algunas de las cuales está bien decir mientras que otras son consideradas ofensivas. Un autor dio el siguiente ejemplo[18]:
Cortés/formal | Común | Obsceno/vulgar/ ofensivo |
|
Excreciones: |
defecar orinar |
hacer caca hacer pis/pipí |
cagar/mier-- mear |
Actividad sexual: |
copular |
acostarse con/ ligar |
follar/coger/ tirar/culear |
Si bien emplear palabras dentro del rango de lo obsceno/vulgar/ofensivo no necesariamente es pecado y desde luego no entra en la misma categoría que tomar en vano el nombre de Dios, puede ser lesivo para el testimonio que damos como cristianos. Esas palabras resultarán ofensivas para algunos. Claro que la conveniencia de algunas palabras puede variar según las situaciones; tal vez algunos lugares de trabajo tienen distintas normas o criterios sobre lo que se considera lenguaje aceptable. No obstante, el uso de dichas palabras es pecado si se emplean para denigrar a alguien o como expresiones que incitan al odio. Es fácil adquirir el hábito de emplear lenguaje grosero, particularmente cuando se pasa tiempo con personas que lo usan. En general diríase que para nosotros los cristianos lo mejor es evitar el uso de lenguaje vulgar, ya que puede dar una impresión negativa de nuestro ejemplo y testimonio.
Juramentos
Un juramento es cuando se invoca solemnemente a Dios para que sea testigo de la verdad que uno dice o testigo de que uno sinceramente tiene intención de cumplir con lo que ha dicho. Es una apelación al castigo divino en caso de que lo afirmado sea falso.
Tanto a través del Antiguo como del Nuevo Testamento vemos que la gente hacía juramentos comprometiéndose a cumplir con algo. Por ejemplo:
Abrahán le dijo a uno de sus criados, el más viejo de todos, y que era el que administraba todo lo que tenía: «Pon ahora tu mano debajo de mi muslo. Voy a hacer que me jures por el Señor, el Dios de los cielos y la tierra, que no tomarás para mujer de mi hijo a ninguna de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito.» […] Entonces el criado puso su mano debajo del muslo de Abrahán, su señor, y le hizo un juramento en cuanto a este asunto[19].
También leemos que el sumo sacerdote también interrogó a Jesús bajo juramento:
Se levantó el sumo sacerdote y le dijo: —¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: —¡Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios! Jesús le dijo: —Tú lo has dicho[20].
La palabra griega traducida por conjurar significa «poner bajo juramento».
En la epístola a los Hebreos leemos que el mismo Dios pronunció un juramento cuando hizo una promesa a Abraham.
Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo diciendo: «De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente». Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de Su consejo, interpuso juramento, para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros[21].
El apóstol Pablo recurrió a juramentos en varias ocasiones cuando invocó a Dios para que fuera su testigo:
Dios, a quien sirvo de corazón predicando el evangelio de Su Hijo, me es testigo de que los recuerdo a ustedes sin cesar. Siempre pido en mis oraciones que, si es la voluntad de Dios, por fin se me abra ahora el camino para ir a visitarlos[22].
Dios me es testigo de cuánto los amo a todos ustedes con el entrañable amor de Jesucristo[23].
En lo que les escribo, les aseguro delante de Dios que no miento[24].
A pesar de que en la Escritura se hallan muchos pasajes en los cuales las personas hacen juramentos y no reciben por ello ninguna reprobación, puede que los cristianos duden de si está bien hacer juramentos a causa de lo expresado por Jesús en el Sermón del Monte.
También han oído que se dijo a sus antepasados: «No faltes a tu juramento, sino cumple con tus promesas al Señor». Pero Yo les digo: «No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de Sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y cuando digan “no”, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno»[25].
Aunque algunos comentaristas creen que Jesús vetaba todos los juramentos, la mayoría no considera que sea así. Más bien esas afirmaciones parecen sugerir que Jesús prohibía juramentos realizados en casos de personas que tenían intención de mentir y por tanto los formulaban con frases explícitas que a su parecer no les exigían cumplir con dichos juramentos. Jesús se refirió a esa práctica más adelante en el Evangelio cuando dijo:
¡Ay de ustedes, guías ciegos! Pues dicen: «Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, debe cumplir el juramento». ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante? ¿El oro, o el templo que santifica al oro? También dicen: «Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre el altar, debe cumplir el juramento». ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más importante? ¿La ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? Porque el que jura por el altar, jura por el altar y por todo lo que está sobre el altar. Y el que jura por el templo, jura por el templo y por el que lo habita. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él[26].
Jesús no prohibía rotundamente todos los juramentos; se dirigía más bien a los que hacían mal uso de ellos, que los pronunciaban pero sin intención de cumplirlos, y les decía que no hubieran debido hacerlos en un principio.
Los juramentos entre cristianos no deberían ser necesarios. Cuando empeñamos nuestra palabra asegurando que haremos algo, debemos cumplirlo. Cuando decimos que algo es verdad, debería serlo; no debiéramos tener que jurarlo. Todo lo que decimos a los demás, todas las promesas que hacemos, se hacen delante de Dios y por ende debiéramos considerar que nuestra palabra es nuestro juramento. Hay veces en que es posible que se tenga que hacer un juramento oficial, como cuando se da testimonio en un tribunal de justicia o se juramenta uno como funcionario público. Eso es perfectamente legítimo.
Votos
Un voto es una promesa que se hace a Dios de realizar determinada acción o conducta. Vemos un ejemplo de un voto así en la promesa que Jacob hizo a Dios:
Jacob también hizo un voto diciendo: —Si Dios está conmigo y me guarda en este viaje que realizo, si me da pan para comer y vestido para vestir, y yo vuelvo en paz a la casa de mi padre, el SEÑOR será mi Dios. Esta piedra que he puesto como señal será una casa de Dios, y de todo lo que me des, sin falta apartaré el diezmo para ti[27].
Años más tarde Dios recordó a Jacob el voto realizado:
Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra y donde me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra; vuélvete a la tierra donde naciste[28].
La Escritura enseña que no es necesario hacer votos a Dios, pero añade que de hacerlo, el voto se debe cumplir:
Si le haces una promesa al Señor tu Dios, no tardes en cumplirla, porque sin duda Él demandará que se la cumplas; si no se la cumples, habrás cometido pecado. No serás culpable si evitas hacer una promesa. Pero, si por tu propia voluntad le haces una promesa al Señor tu Dios, cumple fielmente lo que le prometiste[29].
Un ejemplo de un voto con el que muchos estamos familiarizados son los votos matrimoniales. En las ceremonias matrimoniales se entiende que los votos entre el marido y la mujer son promesas hechas en presencia de Dios y, como tales, compromisos que se hacen con Dios y mutuamente entre los cónyuges. Al tomar en consideración el matrimonio, los cristianos deben reconocer que están haciendo un voto a su cónyuge y a Dios, pidiendo a este que los ayude a cumplir sus promesas y al mismo tiempo los haga responsables del cumplimiento de dichas promesas.
(Continuará en la tercera parte.)
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Éxodo 20:7 (RVA-2015).
[2] Génesis 17:5 (NVI).
[3] Génesis 17:15.
[4] Grudem, Wayne, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018), 298.
[5] Éxodo 20:7 (RVA-2015).
[6] Levítico 24:16 (NBLH).
[7] Algunos sinónimos serían injuriar, agraviar, insultar.
[8] Salmo 74:10, 18 (NBLH).
[9] Lucas 6:27,28 (NVI).
[10] Romanos 12:14 (RVA-2015).
[11] Santiago 3:8–10.
[12] 1 Pedro 3:9 (RVA-2015).
[13] 1 Pedro 2:23.
[14] Filipenses 3:8 (NVI).
[15] Gálatas 5:12 (DHH).
[16] Efesios 5:4 (NBLH).
[17] Efesios 4:29.
[18] Grudem, Christian Ethics, 296.
[19] Génesis 24:2,3, 9 (RVC).
[20] Mateo 26:62–64 (RVA-2015).
[21] Hebreos 6:13–18.
[22] Romanos 1:9,10 (NVI).
[23] Filipenses 1:8 (RVC).
[24] Gálatas 1:20 (NBLH). V. también 1 Tesalonicenses 2:5,10.
[25] Mateo 5:33–37 (NVI).
[26] Mateo 23:16–22 (RVC).
[27] Génesis 28:20–22 (RVA-2015).
[28] Génesis 31:13.
[29] Deuteronomio 23:21–23 (NVI).