Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

agosto 2, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

Cómo se debe rezar (4ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. How to Pray (Part 4)]

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

Este es el cuarto de una serie de artículos sobre la porción del Sermón del Monte en la que Jesús enseña a Sus discípulos cómo se debe (y cómo no se debe) orar.

Tras las palabras de introducción del Padrenuestro, que dirigen la oración a nuestro Padre que está en los Cielos, Jesús dice tres frases que tienen que ver con el honor, el reino y la voluntad de Dios, seguidas de otras tres sobre nuestras necesidades. Las tres primeras frases, que están relacionadas con Dios, son estas:

Santificado sea Tu nombre. Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra[1].

Se trata de tres peticiones: que sea santificado Tu nombre, que venga Tu reino y que se haga Tu voluntad. Expresan nuestra oración por que Dios sea glorificado, y tienen que ver con Su nombre, Su dominio y Su voluntad.

Examinemos la primera: «Santificado sea Tu nombre». La palabra santificar (hagiazō en griego) significa dar honra, santificar, separar, tratar con el mayor respeto. Al decir: «Santificado sea Tu nombre», honramos a Dios y le pedimos que nos ayude a venerarlo como se merece y que actúe en nuestro mundo de diversas maneras para que los que no lo veneran cambien y glorifiquen también Su nombre. Aunque en el Cielo se da plena gloria al nombre de Dios y en la Tierra hasta cierto punto, al rezar el Padrenuestro le pedimos al Señor que haga que Su nombre sea glorificado plenamente en todas partes.

Las Escrituras hablan de que Dios interviene con el fin de que sea honrado Su nombre:

He sentido dolor al ver Mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron. Por tanto, di a la casa de Israel: «Así ha dicho el Señor Dios: No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino por causa de Mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Santificaré Mi gran nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas. Y sabrán las naciones que Yo soy el Señor, dice el Señor Dios, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos»[2].

Cuando el Antiguo Testamento habla del nombre de Dios se refiere a lo que se conoce como el Tetragrámaton («cuatro letras»), a menudo transliterado como YHWH y a veces Yahweh. Debido al mandamiento: «No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano, porque no dará por inocente el Señor al que tome Su nombre en vano»[3], los judíos evitaban (y siguen evitando) pronunciar Su nombre (YHWH), para no decirlo en vano accidentalmente. Por ello se ingeniaron maneras de referirse a Él sin pronunciar Su nombre. Por lo general, al leer las Escrituras sustituían el nombre divino de Dios por las palabras Adonay («mi Señor») o Elohim. A veces usaban con ese mismo propósito el circunloquio «ángeles» o incluso «el nombre»[4]. Cuando las Escrituras dicen «Señor» para referirse a Dios, esa palabra es traducción de Adonay, dado que los judíos que escribieron el Antiguo Testamento no usaron el vocablo YHWH. En algunas versiones españolas del Antiguo Testamento, siempre que la palabra «Señor» viene escrita «Señor», toda en mayúsculas, es porque es traducción del Tetragrámaton.

Según el antiguo concepto judío, el nombre de una persona no era solo cómo se la llamaba; también representaba sus atributos. En el Antiguo Testamento hay varios pasajes en los que Dios menciona Su nombre acompañado de alguna palabra descriptiva, como «el Señor, tu sanador»[5], «el Señor proveerá»[6], «el Señor es Paz»[7], «el Señor está allí»[8], «el Señor es mi Estandarte»[9], «el Señor, justicia nuestra»[10]. El nombre de Dios se combina con atributos Suyos. Al llamarse a Sí mismo de esas maneras, Dios se reveló a la humanidad y dio a conocer algo de Su naturaleza y ser, personalidad y atributos[11].

Al rezar: «Santificado sea Tu nombre», le pedimos a Dios que haga que Su nombre (y por tanto Él mismo) sea honrado en nuestro mundo. Por supuesto, Su nombre es honrado por algunas personas; pero por desgracia también es deshonrado continuamente; y Su reputación, envilecida. Al pedirle que santifique Su nombre, le estamos pidiendo que actúe en el mundo físico, particularmente por medio de nosotros, Su pueblo, de manera que toda la humanidad lo honre como Dios.

Al leer los Evangelios se advierte que Jesús siempre se preocupaba por glorificar a Su Padre. Sus actos motivaban a la gente a glorificar a Dios[12]. En la oración que hace en Juan 17 dice: «Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera»[13]. «He manifestado Tu nombre a los hombres»[14]. También nosotros podemos manifestar Su nombre a los demás. Mediante nuestras palabras y nuestra manera de vivir —reflejando Su grandeza, Su gloria y Sus magníficos atributos— podemos hacer que Dios sea glorificado[15].

Rezar: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre»[16] nos sirve de recordatorio de que, si bien Él es Abba, nuestro amoroso Padre, también es YHWH, nuestro formidable Dios todopoderoso, al que debemos respetar y venerar.

La segunda petición, «Venga Tu Reino», es similar a la primera en cuanto a que es pedirle a Dios que traiga Su reino a nuestro mundo. Es orar para que Dios establezca Su basilea[17] —Su reinado, poder y autoridad— en toda la Tierra. El reino se inauguró con la llegada de Jesús al mundo. A pesar de no tratarse de un reino físico, estuvo presente a través de Él todo el tiempo que Él estuvo en la Tierra, y sigue presente hoy en día. Jesús también se refirió a él con verbos en futuro. El dinámico reino de Dios es tanto una realidad presente introducida mediante la vida y el ministerio de Jesús como una futura manifestación que se completará después de Su regreso.

Al rezar: «Venga Tu Reino», le rogamos a Dios que actúe para que el evangelio se anuncie por todo el mundo, a fin de que la gente escuche el mensaje y acceda al reino por la fe en Jesús. Le pedimos que los que empiecen a creer en Él le permitan reinar cada vez más en su vida. Al mismo tiempo, rogamos por el regreso de Jesús para consumar plenamente el reino de Dios. Esperamos con ansia el día en que quede eliminado el pecado y todo lo que se opone a Dios. Oramos, como dice al final del libro del Apocalipsis: «¡Ven, Señor Jesús!»[18].

La tercera petición, «Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra», complementa la segunda. Cuando Dios reina, se hace Su voluntad. Aquí oramos por el pleno cumplimiento de todo lo que representa el reino, para que Dios haga que se lleve a cabo Su voluntad en nuestro mundo, entre otras cosas mediante nuestras obras y acciones.

En el Cielo ya se reconoce la soberanía de Dios y se hace Su voluntad; pero en la Tierra todavía no se reconocen plenamente. Hasta cierto punto, el reino está presente en el corazón y en la vida de los fieles, pero no «como en el cielo». En el Cielo ya se hace la voluntad de Dios; Su nombre ya es santo, Él ya es rey, y no hay nada que impida que se cumpla Su voluntad. Al rezar el Padrenuestro, le pedimos a nuestro Padre que obre en nuestro mundo y cambie el corazón de los seres humanos; y como un elemento de ello, que nos ayude a participar produciendo cambios en el corazón de los demás.

Actualmente el mundo no hace la voluntad de Dios como se hace en el Cielo; pero en algún momento del futuro sí se hará:

Yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de parte de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo. Y oí una gran voz del cielo, que decía: «El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán Su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios»[19].

Ese es el reino que ha de venir, en el cual la voluntad de Dios se hará en la Tierra como en el Cielo.

Al rogarle a nuestro Padre que está en el Cielo que santifique Su nombre, que venga Su reino y que se haga Su voluntad en la Tierra como en el Cielo, estamos poniendo las cosas en su debido orden, concediéndole el primer lugar a Dios. Orar por lo que nosotros necesitamos viene después.

Al pedirle a Dios que sea santificado Su nombre, nos comprometemos a honrarlo, amarlo, adorarlo y alabarlo, ya que solo Él es santo.

Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de Su nombre; dadle la gloria con alabanza[20]. ¡Dad al Señor la honra debida a Su nombre! Traed ofrenda y venid delante de Él. ¡Postraos delante del Señor en la hermosura de la santidad![21].

Al rezar para que venga Su reino, reconocemos que, aparte de rogarle que instaure Su reino en este mundo, le estamos pidiendo que reine también en nuestra vida. Orar para que se haga Su voluntad en la Tierra como en el Cielo es pedirle que nosotros seamos de los que responden ahora a Su voluntad, tal como lo haremos en el Cielo.

Esas tres primeras peticiones expresan nuestro deseo de que se honre más el nombre de Dios que el nuestro; de que se prioricen Su reino, Su poder y Su soberanía por encima de los nuestros; y de que Su voluntad tenga precedencia sobre la nuestra.

(Continuará.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 6:9,10.

[2] Ezequiel 36:21–23. V. también Ezequiel 43:7,8.

[3] Éxodo 20:7.

[4] Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente.

[5] Éxodo 15:26.

[6] Génesis 22:14.

[7] Jueces 6:24 (NBLH).

[8] Ezequiel 48:35 (NBLH).

[9] Éxodo 17:15 (NBLH).

[10] Jeremías 23:6.

[11] Lloyd-Jones, Estudios Sobre el Sermón del Monte.

[12] Al instante recobró la vista, y lo seguía glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios (Lucas 18:43). Al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que estaba acostado y se fue a su casa glorificando a Dios (Lucas 5:24,25).

[13] Juan 17:4.

[14] Juan 17:6.

[15] Lloyd-Jones, Estudios Sobre el Sermón del Monte.

[16] Mateo 6:9.

[17] Los artículos de Jesús, Su vida y mensaje: El reino de Dios, partes 1–3, contienen un explicación más completa de lo que es el reino de Dios.

[18] Apocalipsis 22:20.

[19] Apocalipsis 21:2,3.

[20] Salmo 66:1,2.

[21] 1 Crónicas 16:29.