Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

noviembre 8, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

Cuatro bocetos (2ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Four Sketches (Part 2)]

En el capítulo 7 de Mateo, hacia el final del Sermón del Monte, Jesús expresa, en cuatro bocetos, cómo deben conducirse los creyentes con relación a las enseñanzas que Él ha impartido en el sermón. En la primera parte de este artículo ya vimos lo que dijo sobre las dos puertas y los falsos profetas. Pasamos ahora a otra advertencia de Jesús, en la que se refiere a los que profesan conocerlo y seguirlo cuando en realidad no es así. Dice:

No todo el que me dice: «¡Señor, Señor!», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?» Entonces les declararé: «Nunca os conocí. ¡Apartaos de Mí, hacedores de maldad!»[1]

Este es un pasaje difícil, pues dice que hay quienes profesan ser leales a Jesús, lo llaman «Señor» y hasta respaldan sus afirmaciones con portentos espirituales realizados en Su nombre, y aun así no serán aceptados en el reino de Dios. Jesús acaba de explicar que puede reconocerse si un árbol es bueno o malo por el fruto que da; pero aquí habla de algunos que profetizan, expulsan demonios y hacen milagros en Su nombre, y aun así no dan la talla. Jesús mandó a Sus discípulos que sanaran enfermos, resucitaran muertos, limpiaran leprosos y echaran fuera demonios[2], y las personas a las que se dirigía en este pasaje hacían esas cosas. A pesar de todo, dice que serán rechazadas, y que sus obras serán llamadas obras de maldad («iniquidad» en la NBLH). ¡Cuán desconcertante! ¿Qué quiere decir?

Para contextualizarlo, es importante entender que cualquiera que no llame Señor a Jesús (es decir, que no lo acepte como su Salvador) no entrará en el reino de Dios. Tal como escribió el apóstol Pablo:

Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación[3].

Los que no creen en su corazón que Jesús es su Salvador y no confiesan ese hecho, no están salvados.

Para recibir de Dios el don de la salvación, debemos creer que Jesús es nuestro Salvador, es decir, creer que es el Hijo de Dios, Dios encarnado, enviado por Su Padre para ser el Mesías, el Salvador del mundo, que vivió en la Tierra como un ser humano y murió en la cruz por nuestros pecados.

Cristo Jesús, […] siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre[4].

Los cristianos creemos que nuestro destino eterno depende de Jesús, nuestro Salvador. Por eso, cuando decimos: «Señor, Señor», detrás de esas palabras está nuestro sincero y auténtico convencimiento de que Él es el Hijo de Dios, nuestro Salvador. No importa que digamos tal o cual palabra, pero sí que declaremos nuestra creencia en Jesús y nuestro compromiso con Él como Señor de nuestra vida.

En estos versículos, Jesús alude a algunos que profesan ser cristianos, lo llaman Señor y actúan en Su nombre, y les dice a pesar de todo: «Nunca os conocí». En las Escrituras, el término conocer se emplea comúnmente para referirse a una relación más profunda que una amistad superficial. Jesús está diciendo que algunos que hacían obras en Su nombre y pretendían seguirlo no lo conocían de verdad ni tenían una auténtica relación con Él. La clave está en tener una relación con Él, en ser parte de Su familia. Como Él mismo dijo en otro pasaje:

«¿Quién es Mi madre y quiénes son Mis hermanos?» Y extendiendo Su mano hacia Sus discípulos, dijo: «Estos son Mi madre y Mis hermanos, pues todo aquel que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ese es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre»[5].

Jesús está diciendo que las obras provechosas hechas en Su nombre no bastan para salvarse, como tampoco el profesarle lealtad sin una verdadera creencia y conocimiento de quién es Él y qué hizo. Uno debe tener una relación con Él, una relación cimentada en la fe.

La fe en Cristo, que conduce a la salvación, no solo consiste en dar por válida intelectualmente la doctrina de la salvación por medio de Jesús. Exige iniciar una relación con Él, convertirse en parte de la familia de Dios[6]. Cuando Jesús habló de los que le llaman «Señor, Señor» y hacen obras en Su nombre, estaba haciendo hincapié en que hay personas que lo consideran Señor pero no lo conocen, no tienen una relación con Él.

Aquí, al final del sermón, Jesús explica que «muchos» le dirán: «¿No hicimos todas esas cosas en Tu nombre?» En la siguiente porción del sermón veremos que Él se refiere a un hombre que construye su casa sobre malos cimientos, y esta se viene abajo. En el pasaje de los Evangelios sobre las cinco vírgenes insensatas que se quedan sin aceite en sus lámparas, el Señor les espeta: «De cierto os digo que no os conozco»[7]. Son más ejemplos de personas que pensaban que andaba todo bien, que en apariencia cumplían con todo, y que descubrieron, demasiado tarde, que no era eso lo que hacía falta.

El mensaje de Jesús al final del sermón es sobre el peligro de malentender el modo de acceder a la salvación. No es cuestión de pronunciar ciertas palabras, sino de creer de verdad, lo cual conduce a una relación con Cristo que se hace manifiesta en nuestra vida. No es decir: «Señor, Señor» y considerar que luego tenemos licencia para pecar a nuestro antojo, para vivir sin medir las consecuencias de nuestros actos. Abrazar el cristianismo no consiste en hacer una declaración, sino en convertirse en hijo de Dios, lo cual implica establecer una relación con Él. Y eso después debería resultar en una vida basada en esa relación, una vida que le haga honor.

Jesús advierte a los que tienen una fe fingida, que se conducen bien y sirven con celo, pero no motivados fundamentalmente por el hecho de que conocen a Jesús y son conocidos por Él. Esas personas actúan por interés propio, buscando su propia gloria y satisfacción, empleando sus propias energías. Jesús y el poder de Dios están ausentes en su vida.

Jesús luego termina el Sermón del Monte con una alternativa simple pero exigente: o escuchamos Sus enseñanzas y no les hacemos caso, o las escuchamos y las ponemos en práctica. Y a modo de ilustración cuenta una sencilla parábola[8]:

A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Pero a cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina[9].

Al igual que los otros tres bocetos, esta parábola nos exhorta a ser verdaderos seguidores, que entren por la puerta y anden por la senda que Él nos indica, que como buenas vides y árboles den buen fruto, que tengan una fe auténtica, cumplan la voluntad de Dios y no solo oigan las palabras de Jesús, sino que las apliquen. Tener fe en Jesús significa no solo escuchar Sus palabras, sino también hacer lo que Él dijo.

En el contexto del sermón, Jesús se dirige a Sus discípulos que lo están escuchando, así que estas palabras son para los creyentes. Cada uno de nosotros debe escoger si, aparte de escucharlas, también va a regirse por ellas.

Jesús muestra el contraste entre los creyentes que han edificado la casa de su fe sobre un cimiento firme y los que no. De nuevo saca a colación que ni el conocimiento intelectual ni las profesiones verbales de fe nos eximen de ser hacedores de Sus palabras. Jesús nos exhorta a llamarlo Señor y escuchar Sus enseñanzas, y también a vivirlas. Eso es ser un discípulo, eso es ser un creyente, eso es ser un seguidor de Jesús.

Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis[10].


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 7:21–23.

[2] Mateo 10:8.

[3] Romanos 10:9,10.

[4] Filipenses 2:5–11.

[5] Mateo 12:48–50.

[6] Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1).

Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» (Gálatas 4:4–6).

[7] Mateo 25:12.

[8] Esta parábola se estudia más a fondo en Parábolas de Jesús: Los dos constructores.

[9] Mateo 7:24–27.

[10] Juan 13:17.